Quedate tranquila, ya se van a encontrar, quizás cuando vos lo quieras, tal vez cuando él lo decida, o cuando la tierra se abra bajo vuestros pies y los pasos mutuos los manden directamente al infierno a encontrarse cara a cara, sin jueguitos ni escondidas. Así es, se van a encontrar seguramente entre almas en pena y condenados eternos, esa gente que camina en cualquier dirección porque, en realidad, no va a ningún lado. En cambio ustedes habrán ido el uno hacia el otro aunque haya parecido que a cada minuto se apartaban más y más. Pero no, era al revés, se acercaban como bailando una danza de apareamiento propia que los movía como muñecos de trapo con los hilos de un destino que no conocían pero que sin dudarlo decidieron conocer.
Se van a encontrar, creéme, vos y él, en cualquier lado que no será cualquier lado, que será un lado, un día de estos o de aquellos. Y si es un día de estos deberán estar atentos y callar y esperar, mirarse fijo a los ojos y dejar que un brillo inocultable surja hasta que los dedos empiecen a hacer esos movimientos disimulados de acercamiento, ese toque casual de las yemas que ni es casual ni es un simple toque, es todo un Bing Bang, un estallido universal, una bomba que arrasa con el maldito orgullo y las reiteradas miserias, una caída libre que comienza en ese mismo momento y que los llevará inevitablemente al beso, a solaparse las lenguas y mordisquearse los labios y apretarse los sexos y resolver todos los malos entendidos. Cuando finalmente se encuentren todo será en ese beso, lo otro no será nada, solo un juego nomás, una escondida de final de la tarde en la calle contando hasta cien lo más rápido posible, buscándose por detrás de los paredones y en las copas de los árboles, mala para él, buena para todos los compas.
Sí, se encontrarán como sucede casi siempre: después de que los corazones se hayan hecho trizas mirando fotos viejas, cuando los acróbatas y los payasos se hayan ido y empiecen a guardar la carpa y se queden solos mirando un círculo vacío, un escenario sin extras ni escenografía, un tiempo que ya no puede ser desperdiciado en malabares y versos grises. Se encontrarán probablemente en otoño, cuando en los árboles se vean las ramas desnudas que mantenían la primavera y que ahora están ahí, a la vista de todos contando sus verdades, mostrando ostensiblemente que sin ellas, tan marrones y tan ásperas, no hay hojas verdes ni flores violetas suaves en tu oreja, sin ellas las raíces no son más que una telaraña en la tierra que no sirve para nada.
No obstante, si no se encuentran, es porque quizás así debe ser, porque son dos personas entre millones. O probablemente porque son dos caras de la misma moneda, dos planos irreconciliables. Andarán por las calles como dos desconocidos y se verán pasar por al lado y no rozará tu pelo su cara y no le resultará familiar a él tu voz, y jamás se acercarán a ese aroma a destino único e irrenunciable. Así, de esa manera y sin que nada se detenga o parezca cambiar su curso, les sucederán las mismas cosas que le suceden todos los días a todo el mundo (o a casi todo), las mismas casualidades que nos juntan y nos separan a todos, que nos acercan o nos alejan en la misma vereda, a la misma hora del mismo día, cuando el sol arrebata los cuerpos, cuando el suelo parece agrietarse y se siente un calor extraño que proviene de la tierra, provocando una sensación extraña, como si el aire se llenara de un fuerte olor a azufre y una taquicardia lunar, profunda e inexplicable, anunciara un eclipse entre dos miradas distraídas. Y entonces nos tropezaremos vos y yo de casualidad y caeremos al piso y perdón, y disculpame, y no es nada, ¿estás bien?, sí, gracias, mi nombre es…, ¿y el tuyo es…?, un gusto, ¿segura que estás bien?, sí, me duele un poco el tobillo, nada grave, dejame que te acompañe, como quieras, no es necesario, insisto, me gustaría acompañarte, bueno, vamos…
RR
Foto: Guillermina Raggio
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