Entendimos todo mal, ni más ni menos que eso. Entendimos que no había nada que entender y ahí derrapamos y nos fuimos a la banquina. Entendimos mal cuando nos despertamos una mañana uno al lado del otro con las piernas enlazadas y creímos que eso era razón suficiente para que el abrazo en donde nos despertamos el día anterior fuera una vida juntos. Nos equivocamos y nos subimos a cabalgar una ilusión, la de dibujarnos una sonrisa en la cara con un beso, la de creer en mariposas y ansiedades, la de admitir discursos del método amoroso que inventaron algunos poetas para hacerle sentir falsamente a las almas solitarias que, aún en ese silencio que se gana con ciertas compañías, se oye una música que, según ellos, es la de la noche o la del mar o la del viento o la de la lluvia, y que, en la triste realidad, no son otra cosa que constantes y remanidos recursos poéticos, golpes bajos, imágenes desgastadas que solo pueden llevar a la imperdonable equivocación de creer que queriéndonos un rato nos vamos a querer toda la vida.
Nosotros entendimos lo que quisimos entender. Armamos un rompecabezas con piezas variadas, diapositivas de una historia que buscábamos juntar en algún archivo nuestro pero que, al final, fue solo un desencuentro. Yo, de mi parte, me aferré equivocadamente a tus días y busqué construir sobre ellos un lugarcito para mis demonios, un puente que me permitiera cruzar ese foso hondo y oscuro que se formaba a veces a tu alrededor, un nido para un amor que nunca alcanzaría a volar tu cielo. Y me equivoqué una vez más cuando en el final me fui detrás tuyo siguiendo una equivocación, queriendo remontar un barrilete de plomo, tratando de mantener a flote en un charco un barquito de papel que, en mi ingenuidad, creía un velero en altamar. Vos… bueno, vos sabrás.
Y acá estamos, una vez más parados en la proa de la nada como dos vigías buscándonos las manos, esperando esa señal que nos lleve de vuelta a aquel patio en donde nos mirábamos y nos hablábamos y nos comíamos los ojos antes de zambullirnos en la cama a querer y creer y reventar, a vestirnos con la vida del otro y desvestirnos como se desvisten los amantes torpes y equivocados, esos que se enamoran a tal punto que no lo aguantan y se equivocan y se sueltan la mano y se huyen y se desprecian y se extrañan y se buscan. Y así sucesivamente.
RR
Foto: Andrea Alegre
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