Nunca te mentiría, nunca. Fueron días grises, como esos que a veces vienen sin anunciarse y sin misericordia. Fueron días de escarbar entre los restos de una vida muerta en búsqueda de algo que comer, de algo que respirar, de algo… Días como aquellos en donde bajabas la mirada y me dejabas hablando en pasado, sin ninguna posibilidad de darte la mano y transmitirte ese sudor frío que corría por todo mi cuerpo al verte cruzar la reja. No tengo por qué engañarte ni sobarte el lomo tratando de convencerte de nada, las caricias que se quedaron acá, se quedaron acá, para siempre y tu pecho de gata en celo, de piel erizada y pezones duros ya tendrá quien lo mime, quien lo cuide de los latigazos de la rutina, quien lo cobije en las tardes sangrientas de domingo.
Los días después de la reja siempre fueron un tormento. No era una cuestión de vida o muerte, porque la vida continuaba. Era una cuestión sólo de muerte, de verte ir y querer correr detrás de tuyo, huir despavorido de mi orgullo y de mi falsa dignidad que me dolían en el alma y en la carne. No existía nada que pudiese poner distancia entre vos y yo, sólo vos.
Y uno se queda haciendo pocitos en la tierra enterrando promesas y versos, esperando que algo crezca de ahí, creyendo que la vida es un poema y que el bien siempre triunfa sobre el mal. Pero no, nada crece de las promesas ni de los versos, sólo la angustia. La vida crece de los hechos, de aquellos como hablar mirando a los ojos sin decir nada, gritando un silencio que lo dice todo, escribiendo hojas y más hojas de lágrimas y reproches, asomando la cabeza en medio de una canción para decir te quiero y volver a meterse en un acorde menor donde pasar el temblor.
Luego vinieron los días del mar, de la arena mojada trazando formas que comenzaban siempre con una flor y terminaban con tu nombre. No importa cuánto tratara de evitarlo, tu nombre nacía como un surco de almeja que preguntaba por esas huellas que faltaban a mi lado. Sin embargo, los días del mar también mataron las falsas esperanzas, los anhelos imposibles y se llevaron las fantasías a lo más hondo después de enumerarlas una por una como un listado obsceno de posibilidades.
Y por último, llegaron estos días, así, como ahora. Estos días donde todo parece fluir como un río manso, donde la mirada no mira más que lo que hay enfrente, donde los sueños flotan con las gaviotas en un cielo despejado y azul, donde las mujeres que me acuden ya no me resultan indiferentes, donde puedo acercarme tranquilo a tu recuerdo y salir indemne y sin moretones. Estos son los días del adiós que finalmente se resuelve en la ecuación, esa equis que parecía imposible de despejar y que florece ahora en mi ventana. Y ahora que sé dónde encontrarte y que vos te permitís saber dónde estoy, ya no me hace falta buscarte, sólo me queda aferrarme a las marcas que me dejaste en la piel para poder seguir escribiendo en estas cartas que una vez hubo una mujer a la que quise orgulloso, desde la reja hasta el mar, sin importar que día era.
RR
Foto: Pablo Silicz
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