domingo, 6 de abril de 2014

QUE LAS HAY, LAS HAY…



     Se evaporará como un charco, se romperá como un hechizo. Caerán las gotas del cielo y sólo será lluvia y nada más, serán cabezas mojadas, cuerpos empapados, gente corriendo, chocándose entre sí sin verse, sin reparar en el dolor del otro, en la alegría de un amor recién nacido. Se podrán ver veredas tapizadas de hojas secas y nadie escuchará su canto, nadie notará que crujen como en un canon otoñal que invita a tomarse de la mano y patear esos pequeños montoncitos que se arremolinan en los pies. Y cuando comience a caer la tarde habrá una tristeza en algún lado que se sentirá desamparada porque nadie le dará importancia, todos buscarán evitarla como quien evita a la desgracia tan injustamente asociada a ella. 
      Pero, mientras tanto, el embrujo permanece y la magia continúa y su fantasma es mi compañía de cada día entre la gente que me ignora, entre las hojas que me cantan, entre las tristezas que me apañan. Se siente sabor a vida por doquier mientras la muerte recorre su camino misterioso engañando a algunos y convenciendo a otros. Y ahí ando yo, me enredo en los pensamientos que surcan los domingos y juego a las escondidas con su vida, tan suya y tan mía, tan destino y tan remitente, tan todo y tan nada. Y ahí anda ella, aquella muchacha de boca filosa, de nariz orgullosa, de ojos tiernos que bailan alrededor de mis manos, escurriéndose entre ellas, abriendo un dique que contiene palabras negadoras y obstinadas que buscan tomarla de la cintura y bailar a su paso. Ahí, en algún, lado estamos nosotros, cumpliendo este ritual de camas separadas, de mates salteados, de párrafos señalados en los libros que nos nombran. Nosotros, que hemos asumido al olvido como posible aunque nunca llegue, aunque tengamos que inventarlo, construirlo desde el dolor de enterrarnos vivos en nuestros mutuos recuerdos, jugar a este juego mortal de seducción en el que sólo se trata de ignorar, de sacudir el árbol para que caigan los frutos verdes sin madurar.
      Mientras tanto, afuera llueve y todo se moja y pierde sentido, todo se torna ilegible y ya no sé si debo o si puedo, sólo sé que quiero. Ya no sé si eso que se escucha afuera es su voz que me llama a su lado o sólo un canto triste de hojas que vuelan por el aire trayéndome su tarde como un obsequio reconciliador y llevando esta carta como respuesta. Una carta más, una burbuja de palabras embrujadas que sólo buscan tomarla de la cintura, sacarla a bailar y besarla antes de que den las doce, antes de que este hechizo se rompa.

 

RR


Foto: Flor del Irupé

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