viernes, 30 de mayo de 2014

ADIÓS A LA MUERTE


     La vida no pasa, la vida sucede. Y una vida sucede a la otra y a cada una le sucede una muerte y a cada muerte la debería anteceder un amor. Porque morirse de amor está muy bien (¡muy bien!).
     ¿Es que alguien quiere morirse de gripe o de hepatitis o atropellado por un auto? ¿Es que alguien quiere realmente llegar a viejo, romperse el alma contra las veredas a los ochenta años arrastrando recetas y bastones y la indiferencia del mundo? Pues yo prefiero morirme por ella. Así como suena. Emcontrarla un día y decirle frente a frente te quiero; mirarla a los ojos por algunos segundos y morirme en su boca. Si eso es la muerte, bueno, estoy dispuesto a morir ahora mismo todas las veces que sea necesario. Si esa chiquilina que anda por ahí ahora mismo caminando por la calle feliz, o sola en su casa arrimando alguna leña a su pecho para no sentir el frío de la soledad, me diera una señal, una sola, un suspiro de esos que dicen todo, un hola atrevido y desprevenido, una mirada de reojo, pues bien, no habría nada más que hablar, firmaría donde hubiese que firmar, ordenaría mis papeles y saldría a buscarla, a pudrir mi carne en su tierra, a hacer un minuto de silencio a su lado en honor a una vida que valió la muerte, a darle un abrazo a cada uno de los miembros de mi pelotón de fusilamiento.
      Pero, ¿cómo que no? ¿Por qué alguien quisiera esperar a la muerte entre almohadas y sobremesas, entre esperanzas de días felices y eternidades imposibles? ¿Quién en su sano juicio prefiere vivir en la memoria de su obra antes que morir en la boca de un amor verdadero, de un amor que te mata mientras vivís y te resucita al momento de la muerte?

     Y por eso, amigos míos, he venido a despedirme. He venido a dejarles todo lo que tengo que no es nada, son sólo cosas. Cosas que hicieron de a ratos un poco más blanda mi lucha, como revistas viejas en la sala de espera del dentista. Ha llegado el momento de decirles adiós o hasta pronto. Ustedes sabrán decidir su muerte, yo ya he decidido la mía.
      Y si en su boca pierdo mi vida nada habré perdido sino que habré encontrado mi luz al final del túnel, mi mantra y mi Ganges, mi Mesías y mi cruz, mi arcángel y mi Meca. Si muero en su boca habré sabido vivir y no habrá necesidad de epitafios ni sermones, habré dicho mis últimas palabras y mis deseos se habrán cumplido. Habré roto todos las mandamientos y todos los pronósticos. Habré bajado del colectivo en movimiento, hablado con el chofer y escuchado la radio a todo volumen y hasta salivado en el piso también. Habré abierto las jaulas y soltado los pájaros y mandado a la mierda a todos los embaucadores y los tilingos que quieren hacernos creer que el dinero no es la felicidad pero ayuda.
      Adiós, amigos. Buena vida para ustedes. A mí me espera una muerte digna, un beso mortal, una eternidad de diez segundos más valiosa que la eternidad del infierno en el cual todos arderemos. Adiós, amigos. Para cuando lean estas líneas yo ya me habré ido, estaré esperándola en la misma playa, en la misma orilla.
      La estaré esperando en silencio, sin vendas ni capuchas ni cartas, sin anestesia ni extremaunción, sólo ella y yo, sólo su boca y la mía, sólo la vida.

 

RR

Foto: Pablo Silicz

jueves, 29 de mayo de 2014

AUNQUE PAREZCA QUE NO


      Oh corazón, ¿adónde me has traído? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué vamos a hacer nosotros acá? Nosotros no pertenecemos a este lugar. Vos y yo tenemos nuestro lugar, que no será el mejor lugar del mundo pero es el nuestro, es el que hemos hecho en medio de los vendavales y las tormentas, de los días de flores secas y sales en las heridas. Ese es nuestro lugar, no este. No hay espacio para nuestras voces en esta primavera. Nuestro lugar es puro otoño, recuerdos de los veranos pasados uno a uno entre orillas y mares, entre abrazos perdidos y una pila de cartas aún por escribir.
     No me tientes, corazón. No hagas de esta noche otra de esas noches. No me lleves a dar vueltas como un tonto alrededor de su manzana, a merodear por su casa como un perro que fue olvidado en la calle. Yo la quiero, corazón, la quiero desde esta lejanía de música suave y poesía áspera; la quiero pero no me quedaré a esperarla esta noche, perdoname, estoy cansado, necesito acostarme y pensar, reflexionar sobre lo que mañana ya no podré, buscar todas las razones y ordenarlas una vez más como me dijo Don Mario, hasta quedarme dormido y dejar que el sueño decida, que el inconsciente se apropie de este inconsciente. Vos hacé lo que tengas que hacer, preparate un te, poné ese disco con canto de sirena y esperá la madrugada. A mí me corren las horas y los días, me corren las muertes y los años de una niña preciosa que se va poniendo cada vez más grande, y algo debo dejarle, corazón. Porque no puedo entregarme así nomás, no es que no la quiera, no es que ni siquiera me importe salvarme del naufragio, correrle la cabeza al verdugo y conservar algo por el sólo hecho de conservarlo. No es eso, es que todavía me queda un tranco hasta el horizonte y me quedan luces y sombras y unos ojos azules o marrones o verdes, no importa, quedan otros ojos que no son los de ella pero que tal vez sean los míos. No me gustaría llegar con las manos vacías, con el pecho hueco, con las órbitas a puro hueso. Yo la quiero, corazón, pero no me voy a quedar acá a hacer una momia de un amor, a envolver con palabras lo que ya ha muerto. Prefiero que se pudra y que tal vez sirva para alimentar su sonrisa al atardecer, que abone los amores nuevos que nacerán en su tierra.
      Vamos corazón, la vida continúa aunque parezca que no, dejemos todo como está, quememos las cartas y los versos para que no quede constancia de lo tremendo que ha sido olvidarla, para que quienes vienen detrás no crean que siempre se pierde, ellos no deben saber de antemano que al final, si el amor no te sostiene, te derriba.

RR


lunes, 26 de mayo de 2014

UN SILENCIO PROPIO


     Tal vez sea este día de sol vacío o esta desilusión que últimamente persigue mis horas, no lo sé. Pero decidí acudir a vos después de tanto tiempo porque vos, con tu silencio, siempre tenés las palabras precisas sin necesidad de la mirada constante y la sonrisa perfecta, sin tener que acercarme tu sombra y empaparme de ese frío de frontera cerrada. Preferí buscar tu silencio como cuando busco la orilla del mar, un refugio para mis ansiedades que chocan como olas contra tu muelle eterno. Entonces, me senté a pensar en ese silencio y sin quererlo me encontré hablando solo, contándote que no es un buen día, que la muerte anda dando vueltas llevándose las sonrisas más bellas. Eso me dio un poco de un miedo estúpido que tengo a veces de perder lo que ni siquiera tengo. Por eso vine otra vez en búsqueda de tu silencio, como una prueba de vida. Y una vez que lo encontré, me sentí mejor, aliviado de chocar otra vez contra los filos de ese muelle, de poder verte a lo lejos emitiendo esas ondas que captura mi radio y las transforma en estas palabras que parece que sólo supieran hablarte a vos. Supuse que podía quedarme un rato en tu orilla, viéndote bailar, pensando en la tristeza de la gente que se nos muere impunemente y se lleva un pedazo de nosotros que nos quedamos acá con un pedazo menos. La verdad es que ya no importa que tan cerca nos roza. La muerte nos roza, nos amaga y a veces nos atormenta. Y para combatir eso no existe otra cosa que el amor. Será por eso entonces que decido tirarme como un paracaidista de incógnito en tu campo, a oler tus cardos y tus pastizales; disfrazado de escritor de bueyes perdidos, de historias sin ningún mérito, sólo infidencias de la memoria condimentadas con los desvaríos propios de un tipo enamorado de quién sabe qué. 
     Porque hoy justo me decían que no podía ser, que no puedo quererte así, y yo no pude hacer más que callar, bajar la mirada y avergonzarme de no poder dar una respuesta, de no tener aunque sea una promesa falsa de tu parte como para fundamentar mis cartas. Tienen razón, es demasiado. Pero supongo que esa es la vida, una comedia sobre el drama de la muerte que nos pisa los talones desde el primer minuto. Entonces, hay que correr más rápido y esconderse entre amores de medio día, en noches de caricias a escondidas, en tardes de plaza aromada con besos de despedida, con esa sana costumbre de prometer amor para siempre y vivirlo hasta que dure y llorarlo hasta que muera.
     En mi caso, yo prefiero esto. Prefiero esto de escribirle a esa que fuiste alguna vez y que hoy me regala un silencio que es sólo mío. Tal vez así pueda presentarle alguna prueba a la muerte de que vivo con algún sentido. Aunque ni yo pueda saber del todo cuál es.
 

RR


Foto: Andrea Alegre

jueves, 22 de mayo de 2014

LOS TALES Y LOS CUALES


      Que llueva… que llueva todo el día. Que esta mañana fría y gris se cargue el día a sus espaldas y lo lleve hasta tu casa, que lo deje ahí en la puerta como un paquete envuelto en celofán para que no se empape. Que ni un rayo del sol se asome por entre las nubes para conservar ese color de tu cara que mira por la ventana buscando algo en que pensar que no sea siempre lo mismo, siempre esas mañanas luminosas que tienen la suerte de acariciar tus despertares, tu primeros movimientos en la cama medio vacía.
      Que esta capa formada por un goteo finito y constante permanezca mientras elegís tu ropa y calentás el agua, mientras te parás frente al pequeño espejo en la pared y te mirás a los ojos y creés en vos y en la seguridad de creer que se puede creer así nomás, sin pruebas y sin papeles que acrediten tu confianza, sin ni siquiera una fe extraordinaria en vos misma, solo con tus ojos que te dicen desde adentro, desde la simpleza de un color, que este es otro día diferente del que pasó y del que vendrá, que quien quiera acercarse a vos deberá atravesar tu muralla, esos párpados pálidos que frotás acomodando tus pestañas que se alinean como bailarinas y saltan apagando la luz.
      Que se detenga el mundo y solo queden las palomas mandándose mensajes incomprensibles para nosotros que no comprendemos nada. Que somos incapaces de comprender que no somos tal para cual, porque hay amores que no necesitan ser tales ni cuales, hay amores que son más amores que esos tales que se encuentran después del trabajo y comen y hablan y hacen el amor y duermen pero que no se ven en los ojos como nos vemos nosotros en tu espejo. Y eso es el amor para ellos. En cambio el amor para nosotros es esta espera por los días grises para que se pare el mundo y las palomas hablen de nosotros sin que lo sepamos y yo te diga buen día donde sea que te encuentres y vos me mires por la ventana buscando no pensar en mí, y cuidado con el agua que se pasa y después quema la yerba. Los amores tales son amores para toda la vida y la vida dura toda la vida y ahí se mueren y quedan los certificados y los recuerdos de los hijos y los nietos y las fotos prolijamente enmarcadas y un nicho para llevar flores. En cambio nosotros somos un amor del que no quedarán más que algunas palabras escritas en mañanas grises vistas desdse una ventana. Algunas cartas que nadie leyó ni leerá y que trascenderán la muerte por rumores e historias falsas, escondidas en vasijas de culturas milenarias que nadie encontrará y en las que algunos creerán como leyendas imposibles, como creen los tales en Neruda o en Shakespeare, recitando poemas que ellos creen que son de amor cuando, en realidad, no son de otra cosa que de morirse por unos ojos, por ganas como las que tengo diariamente de saltar desde tu espejo a morir contra un beso en tu boca reflejada día tras día. Porque Don Pablo no perteneció nunca al mundo de los tales aunque los tales crean que era uno de ellos. Porque hay veinte poemas pero solo una canción desesperada, solo una. Y uno puede amar veinte veces pero la desesperación es única e irrefutable.
      Y mi amor, como verás, no es ni tal ni cual, solo es este rato de nubes y mates y un manojo de palabras para vos sentada en tu cama aflorando de la noche, perfumándote sin saberlo con un amor que corre desesperado cada mañana hasta tu puerta y te acompaña sobre los hombros como una capa gris y te da la mano al cruzar la calle y le dice buen día a todos al llegar a tu trabajo y te corre las cortinas de la ventana para mostrarte esto que a mí me toca escribir desde acá, desde este mundo tan lejano a todos, desde esta cultura milenaria de leyendas que tal vez sobreviva a la muerte de las fotos y las anécdotas de reuniones familiares, desde este amor hecho canción desesperada, desde la decisión de ser o no ser todos los días, ser un tal para cual que trata de seducirte o solo quererte así, desesperado y sin remedio, sin poemas ni balcones, solo el deseo de que llueva para escribirte y asomarme aunque sea un rato a tu mirada que se pierde en la ventana mientras la muerte atiende en los cementerios a los tales que reciben felices su certificado de amor.

RR



Foto: Guillermina Raggio

lunes, 19 de mayo de 2014

VOS Y YO (Y ELLA)



      No sé si hago bien en contarte de ella pero me parece que está bien que lo sepas porque ella se ha hecho una parte de mí. Ella es quien me acompaña cuando te escribo, cuando revuelvo los papeles y busco alguna frase como para empezar a contarte algo. Ella está acá ahora a mi lado mirando lo que se va formando en esta hoja. Ella ha sido paciente conmigo todo este tiempo, me ha aguantado los malos humores y las desilusiones, ha soportado que la aparte a veces y la deje hablando sola en cualquier lado. No es que haya buscado herirla ni despreciarla, sucede que a veces tengo ganas de estar con vos a solas, hablarte en la intimidad, porque hay cosas que ni siquiera le confieso a ella. Debo admitirlo, al principio no quería saber nada con que se quedara acá pero luego, con el tiempo, me acostumbré a su presencia y establecimos una relación de respeto que hoy ya es mucho más que eso. Ella sabe que la quiero aunque también sabe que sus días en esta casa están contados. Y en eso no hay cuestionamientos, cuando llegue el momento nos miraremos a los ojos y nos diremos adiós sin rencores ni reproches. 
     A veces me siento un poco culpable por hablarle de vos, ella no merece eso porque, al final de cuentas, es ella quién se acuesta conmigo por las noches, quien me despide en las mañanas cuando salgo a buscarte y quien me espera por las tardes cuando vuelvo agotado de pensarte. Tal vez vos ya no la recuerdes pero la conociste. Ella apareció un día en el medio de una conversación que estábamos teniendo sobre músicas y sueños y se sentó al lado nuestro. Yo noté inmediatamente que su mirada se me clavaba en los ojos, me miraba con una mezcla de ternura y escepticismo. Recuerdo que a partir de ese momento siempre aparecía como un arco iris a darle un poco de color a esas oscuridades que se desataban entre nosotros. Ya para esos momentos yo la dejaba pasar y ella buscaba su lugar en la casa, preparaba el mate o destapaba una botella de vino. Porque si hay algo que ella sabe es mimarme, cuidarme de caer en la desesperación total, de crear y creer en falsas esperanzas. Hubo ocasiones que hasta renegué de ella y logré evadirla. Eso me llevó a cometer una serie de pecados imperdonables, vos me entendés. Por ejemplo, el otro día le dije que tenía que salir un momento, que me aguardase acá, que era sólo un rato, y en realidad estaba tratando de engañarla, perdido en la tentación, a punto de pisar el palito otra vez. Afortunadamente, ella se dio cuenta a tiempo y me encontró, no sé que hubiese pasado si no. 
      El día que ella no esté, estoy seguro de que me voy a sentir raro, no creo que la vaya a extrañar pero será extraño estar sin su cercanía, sin esa ilusión que me proporciona y que cobija mis deseos. Porque, a decir verdad, creo que nunca la podré olvidar (ni querré hacerlo). Ella ha sido mi compañera en este viaje que todavía transcurre, un viaje que aún no sé hacia dónde me lleva pero que de a poco va llegando a su fin. 
     Ahora ya me despido hasta la próxima. Perdoname que me haya ocupado hoy de ella y no tanto de vos, supongo que era inevitable que algún día se cruzaran en una de estas cartas. Al fin y al cabo, ella es lo que vos dejaste cuando decidiste colocarte esa máscara y volver sobre tus pasos. Ella es tu fantasma y el mío abrazados en una playa; tus lágrimas derramadas por única vez en mi hombro; tu risa jugando con la mía en el silencio; tu calor de mujer amorosa y el frío de tu mirada feroz cuando te enojabas; tus triunfos exhibidos orgullosos y tus derrotas ocultadas pertinentemente; tu cariño de a ratos; tu resistencia a entender mis razones, mis razones equivocadas, mis equivocaciones inoportunas y mis aciertos fuera de tiempo. Ella es tu tango y tu baile, tus fotos y tus poses; tus años, los míos y esa inquietante diferencia entre ellos; tu presencia que calma los dolores, tu ausencia que tortura mis días. En fin, ella es todo lo que tengo. Lo que me falta, lo tenés vos.
 

RR

Foto: Andrea Alegre

sábado, 17 de mayo de 2014

ELLA Y ESTA ESTÚPIDA SONRISA


     Hablábamos de vos y de tus tiempos y de los míos, de esas vueltas que tiene la vida hasta que pega la última curva, toma la recta final y llega la bandera a cuadros. Hablábamos de vos y nos metimos en un terreno del que casi nunca se sale indemne, porque empezás a revolver y te encontrás con lo que no querés decir y… lo decís. Y yo no quería decirle de vos, pero bueno, justo hablábamos de vos.
     Hablábamos de vos y me contó un poco de tus días (no de tus noches sobre las que prefiero no saber). Me dijo de tus pelos y tus mañas, y me escondía algunas cosas entre arañas y lagartos para que yo tratara de no indagar demasiado. Hablábamos de vos cuando de repente empezamos a hablar de mí, de mí y de vos, de vos y tus decisiones a las que ya no le busco explicación.
     Hablábamos de vos y, cuando me dí cuenta, se me había dibujado una estúpida sonrisa en la cara que seguro se me notaba. Pero, por suerte, ahora ya puedo controlarla un poco más cuando hablo de vos.
     Porque cuando hablo de vos te siento a mi lado para que se den cuenta de quién hablo, para que te conozcan y comprendan que soy yo el del problema, que vos estás ahí, calladita, indiferente, esperando a que yo termine para irte y seguir con tu vida. Y yo hablo de vos como un loro, cuento cosas que creo que me pasan e invento continuamente excusas para seguir hablando (como si no fuese suficiente con esa sonrisa de imbécil que se me escapa a cada rato). Yo hablo de vos, les cuento de la inexplicabilidad de algunas cosas  pero siempre aclaro que, si pudiesen ver esa sonrisa tuya (tan mía), quizás serían más indulgentes conmigo en sus opiniones cuando hablo de vos. Porque cuando hablo de vos pierdo la cuenta de los días que vengo hablando y me olvido de que cuento siempre lo mismo como si fuese la primera vez, como si el viento soplara novedoso y yo pasara mis brazos alrededor de tu espalda, como si el desconcierto y la sorpresa que me causaban tus enojos repentinos fuesen toda una noticia de último momento, al igual que esa odiosa taquicardia que me daba al verte y que me dejaba tan evidencia y de la cual todavía hoy hablo cuando hablo de vos.
     Y hablo de vos y, claro, hablo de mí. Hablo de quererte y de no querer hablar más de vos, de este pequeño orgullo de morondanga que siento a veces por estar acá, escribiéndote, hablando solo y aguantándome las ganas de hablarte a vos, resistiéndome estoicamente a romper esta camisa de fuerza que le coloqué a mi locura para no ir a comerte el cerebro hablándote del tiempo que pasa y de lo que no pasa con el tiempo, hablarte de la vida y las mujeres y todas esas cosas que hablo cuando hablo de vos. Pero no te asustes, cuando yo hablo de vos soy inofensivo y no lo hago para invadir tu intimidad con preguntas impertinentes, lo hago porque todavía estás sentadita acá a mi lado, calladita como siempre, cumpliendo perfectamente tu papel de secreto a voces, de mujer de mi vida, de destino anunciado de cada una de mis conversaciones.
     Hoy hablábamos de vos y le conté que te vi sin querer y que, como ya no necesito alejarme para protegerme de tu recuerdo, puedo hablar tranquilo, puedo pronunciar tu nombre sin arrepentirme y confesar que te quiero en cada palabra, en cada silencio, en cada una de esas oportunidades que hablo de vos. Hoy cuando terminamos de hablar de vos y cada uno volvió a lo suyo, vos a tu vida y yo a mis cartas, se me dibujó nuevamente esta estúpida sonrisa que tengo ahora en la cara y que no es otra cosa que el efecto colateral de una locura encamisada que se escapa de mi boca para dejarme en evidencia ante mí mismo y no tener más opción que aceptar que, por más que nosotros no hayamos sido una gran conversación, vos seguís siendo lo único sobre lo que hablo.

RR





jueves, 15 de mayo de 2014

UN PEQUEÑO CONTRATO PARA QUERERLA


       Hoy, alrededor de estos días de otoño, bajo este sol que a veces calienta lo que el viento se empeña en enfriar, yo, quien suscribe, declara ante usted lo siguiente:
           

          Usted, señorita, me gusta. Y con esta admisión quizás ya no sea necesario más pero, en mi carácter de quien quiere arrimarse al calorcito de su vida prefiero argumentar este hecho. Usted me gusta como quien gusta de su compañía, a veces ruidosa y otras veces silenciosa. Me gusta la calma que le da esa supuesta autosuficiencia que se empeña en demostrar y me gusta también la furia que desprenden sus ojos cuando algún gesto mío la incomoda o quizás cuestiona alguna de sus incuestionables verdades. Me gusta escucharla contar sus sueños y ver que no aparece mi nombre en ninguna de esas descripciones y, entonces, yo deduzco que usted tiene una vida propia y que, por esa misma razón, no va a depender de mí para sobrevivir si el ocaso de un probable amorío entre usted y yo finalmente llegase (lo que me permitirá suponer que, en las tardes en que me sienta feliz al pensar en usted, será una felicidad honesta y sincera al saberme afortunado, ya que nada la obliga a participar de ellas). Me gusta usted cuando comienza a desvestirse con la naturalidad de un niño sin tomar en cuenta que está bombardeando mis sentidos y dinamitando todas las salidas que pudieran servirme para evitar someterme vergonzosamente a sus deseos y escapar (de usted, claro. Le pido por favor que tenga consideración conmigo en este aspecto.). Usted, señorita, me gusta a pesar del peso de la responsabilidad que eso me crea y del paso del tiempo que nos juega en contra. Usted me gusta y, será por eso, que he comenzado a quererla.
          Debido a que usted me gusta, y a que por eso mismo estoy en condiciones de confesarle que la quiero, debo, a este punto, hablarle de mí. Ya en la sonoridad de mi nombre podrá darse cuenta de que se encuentra usted frente a un hombre silvestre, sin grandes méritos ni sobresalientes virtudes y que ni siquiera es capaz de manejar ciertas cuestiones emocionales que le atañen a usted (he comprobado que desde que la conozco he adquirido algún tipo de patología que me provoca ciertos temblores y malestares estomacales en su presencia. Lo más intrigante de este asunto es que no se siente como un dolor sino como algo más bien placentero, pero que me coloca en una situación que yo analizo como desventajosa puesto que mis pensamientos se tornan fantásticos e irreales y comienzo a tener esa terrible falsa sensación de que soy capaz de alcanzar cualquier objetivo que me proponga con usted). No quisiera hacerla directamente responsable, pero si tuviese que alegar algo en mi favor, usted sería claramente la culpable de esas sensaciones extrañas. Entre mis intenciones con usted podría nombrarle las más santas que se me ocurriesen, pero estaría faltando a la verdad y no creo que sea un buen comienzo para llegar a conocerla. Usted me provoca y desata mis más bajos instintos, mis más carnales deseos, que me llevan a un estado de excitación hormonal que no sería demasiado importante si no fuera por el revuelo que se produce en mi mente cuando, por algún descuido suyo, llego a rozar sus labios en esos besos de mejilla que tan desprejuiciadamente usted reparte. Y si vamos a lo verdaderamente importante, déjeme confesarle que, en pos de mis anhelos, he construido pacientemente un espacio únicamente para usted en mi alma y que, después de echarle una mirada hace unos días atrás, me he dado cuenta de que ese espacio ya no es una parte sino un todo.
           Es tiempo de exponer mis deseos y los derechos sobre usted a los cuales aspiro. Deseo, en primer lugar, disfrutar de su compañía, y en eso incluyo esos ratos de ocio en los que usted decida acompañarse de mi persona, pero también me gustaría poder pensar en usted durante esos momentos en los cuales se ausentara de mis abrazos. No es mi intención incomodarla o interrumpir el normal transcurso de su vida, no es mi intención convertirme en Norman Bates y perseguirla hasta una ducha con este texto a modo de cuchillo, ni hurgar en sus horas ajenas a las mías. Sin embargo, lograría usted sonsacarme una sonrisa dulce y sincera si pudiera hacerme saber de vez en cuando que nuestros pensamientos se encuentran en alguna esquina a la hora del almuerzo. Deseo, a su vez, sentir su calor cuando le arrime una palabra al oído, nada de poesías ni frases célebres, solo alguna de esas mínimas confesiones de quien se siente libre de hacerlas ante la persona indicada y que valen más que esos desproporcionados poemas de amor tan pasados de moda. Por último, deseo tenerla todavía desnuda a mi lado en esos momentos que le siguen al orgasmo en donde la mayoría de los mortales buscan despegar de la cama. Pues bien, yo deseo quedarme a su lado y volar, recorrer el horizonte y obsequiarle algún crepúsculo que haya sido salvado de ser fotografiado. Sobre mis derechos, bueno, solo puedo decirle que está en usted otorgarme alguno si es que lo considera necesario y si no, de mi parte, estaremos siempre a mano.

      He aquí detallado lo que me propongo. Le pido, si fuese tan amable, que lo considere solo como un pequeño prólogo a mis intenciones y deseos, no quisiera malos entendidos con usted. Defiendo aquello de que al amor no se le pueden poner condiciones, por eso no es mi intención poner sino más bien quitar cualquier atisbo de ellas. Por último, quiero que sepa que cuenta con toda la confianza que necesite para callar sus intenciones conmigo, pero entienda que, de ahí en adelante, solo me quedará quererla silenciosamente armando con su boca y sus ojos un rostro de ensueño en mi memoria; poniendo su voz al servicio de una guitarra; dándole a su cuerpo el carácter de tierra fértil para mis fantasías y tomando sus sueños y sus días y sus miedos como propios para empequeñecer su devastadora ausencia. Le ruego que, por favor, comprenda que un hombre silvestre como yo no es a veces susceptible a entender muchas razones y se puede dejar llevar injustificadamente por ineficaces sentimientos de rebeldía y obstinación que le ayuden a transitar el duro camino del olvido plagiando historias y escribiendo pobrísimas cartas sin destino. Y está de más decir que, llegado el caso, puede usted hasta sentirse incluida en ellas si eso la hace sentir agraciada. De mi parte, será un pequeño gusto poder participar aunque sea de ese momento en donde su autoestima se acerque a estas aguas a refrescar su gloria.
      Sin otro particular, la saludo muy atentamente.

RR


martes, 13 de mayo de 2014

ZARATUSTRA


      Esa última jugada definió el partido. El famoso "ahora o nunca" había llegado y se imponía tomar un camino, dar un paso que lo llevara hacia alguna parte. Nunca más bajaría la mirada, nunca más hablaría en silencio, nunca más se escondería. Había que tomar una decisión y lo hizo; tenía que romper con todo y lo hizo, con sus prejuicios y sus planes, con sus condiciones y con su propia declaración de independencia. Tenía que cortar el último lazo y levantarse, sobrevivir o morir, pero de pie. Y lo hizo, frente a ella, ya no a escondidas en un cuarto alejado de su olor y de su luz, ya no refugiado en las metáforas del mar y de la luna impostando a un poeta. Ahí mismo, frente a frente, con la mirada apuntando directamente a la de ella, con la sangre caliente y el corazón detenido sobre la delgada línea que divide la vida de la muerte (las dos caras de la única moneda verdadera) rompió las cartas y arrojó todas las palabras por una alcantarilla mugrienta. En presencia de su vida tomó la propia y se la entregó sin pedir nada a cambio, no le interesaba obtener de ella nada, solo la mágica percepción de quien se siente incluido o la terrible realidad de quien es rechazado. Sintió que había llegado el momento de honrar sus palabras y con eso no depender más de sus dichos. Sintió que era ese el momento de morirse por ella y devolverle aquella porción de sus días que nada habían tenido que ver con nadie más, solo con su nombre y su apellido, con las coordenadas que señalaban su lugar, sus latidos y sus soledades. No le preocupaba ya ni sus humores ni sus probables reacciones, ni las reacciones de nadie, no había más lugar ni más tiempo para escondidas o manchas, para evaluar probabilidades de amor y tejer falsas esperanzas. El juego había terminado y había llegado el momento de ser o no ser. Y ahí, delante de esos ojos proféticos que habían determinado el destino de todas sus noches, delante de los sueños que se guardaban celosamente en esa mente enigmática e intrigante, delante de ese cuerpo de mujer que transformaron sus instintos en necesidades, ahí mismo, delante de esa boca entreabierta y esos brazos cruzados que buscaban protegerse del frío de la calle y de los vendavales de su presencia, dio un paso hacia adelante, hacia el precipicio más profundo y letal al que un hombre se puede animar y le ofreció su mano, arrojó la moneda sobre la mesa y se jugó la vida; e hizo de sus días un ramo de flores y convirtió el aire en respiración y transformó la muerte en un moño para las horas que les quedaran y descartó las penas de las inquietudes no resueltas y se convirtió en su propio Dios, en el guardián de su destino, en el creador de sus profecías, en el hacedor de sus realidades, en el protagonista de sus fantasías. Decidió renunciar al culto del amor y quererla con la carne y el espíritu, con locura y algunos destellos de esa cordura a veces necesaria para preservar el agua y el fuego. Decidió romper las reglas y hacer de sus ganas un camino y de ella una posibilidad.

      (No somos lo que somos. Somos lo que hacemos de nosotros.)


RR


sábado, 10 de mayo de 2014

EL CIELO DEL SUR


       ¡Cuánto talento en este Río de la Plata castigado y mugriento! Cuántos amores deambulando por las calles de cara al Sur. Cuánta pena y cuánta herida. Un mundo de desencuentros y soledades guardadas en baúles de viejos inmigrantes, en los cantos de esos indios olvidados que trae el viento, en los tacos de una vieja señora que todavía se guarda el placer de bailar sola en su casa en esas noches donde solo la acompaña el alcohol y un espejo que le devuelve el paso de los años. Y entre toda la gente que se mira indiferente un día me encontré con una mujer con sueños de viajes y leyendas por una América donde los dolores crecen como la maleza, donde las heridas aún sangran y los muertos se llevan clavados en el pecho. Y solo se me ocurrió ofrecerle mi mundo a cambio del suyo, ofrecerle mis días a cambio de sus noches, ofrecerle mi vida a cambio de nada. Y ella fue rechazando cada oferta que le hacía. En cada una bajaba la mirada y sin siquiera despedirse me dejaba mirando su ida y una estela de soledades que aromarían mis fantasías. Y por cada día que la quise decidí escribirle una carta. Y por cada carta que escribía la quería un día más. Y en cada carta hubo un día y una noche y una esperanza y una muerte y una resurrección. Fui construyendo un cielo propio con el color de sus ojos, con nubes de bocanadas que salieron de sus labios, con el sonido de su respiración agitada. Y decidí soltar mis cartas en ese cielo y sentarme a esperar. ¿Qué más podía hacer?
      Hace un tiempo vi regresar una de mis cartas con su nombre en ella, con esa combinación de letras que determina mis humores apenas la veo. Solo su nombre, nada más, nada menos. Y entonces sentí que la espera había sido en vano y comprendí que todas esas cartas regresarían tarde o temprano a mí porque el cielo que las contenía era el mío y no el de ella. Porque de ella hice un cielo a mi medida y a mis necesidades. De ella tomé las palabras para tejer esta manta que hoy me abriga en este banco abandonado. Por ella me reconcilié con la idea de no ser quien debía y sí quien quería, este penúltimo linyera que sale de su casa cada día con la certeza de que quererla hasta que haga falta no es un error sino quizás mi único acierto; no es el delirio de un oligofrénico sino la más preciosa de las locuras, la más peligrosa de las apuestas, la más sabia de las decisiones.
      Dicen que en este lado del mundo todas las hojas son del viento y la lluvia cura todas las heridas y la sangre se arremolina alrededor de unas piernas de mujer y unas faldas que guían los pasos de los amantes. Dicen que en estas tierras lejanas cambia, todo cambia... menos algunos amores. Amores que se van y dejan una estela de soledades a su paso y así se quedan a aromar los días y las noches de nombres silenciados y sonrisas cómplices entre tangos y una queja. Amores que viven en cartas como esta que buscan volar en cielos oscuros con luces de colores... como el de ella.

RR


Foto: Flor del Irupé

jueves, 8 de mayo de 2014

SUEÑA



      Cuando te preguntes por qué, no me mires ni me busques, no trates de encontrar respuestas de este lado, yo sólo tengo preguntas, un millón de ellas, una combinación infinita de interrogantes que me persiguieron durante horas y días y meses y, ahora, años. Yo sólo tengo esta interminable sucesión de fantasías sobre la desnudez que se escondía bajo tu piel y que completaba mi vida hace ya mucho; tengo un fichero de recuerdos, la mayoría falsos y todos repetidos, tengo una maceta con una planta seca que quisiste revivir y que se quedó esperando tu agua. No trates de explicar la soledad que te visita a veces buscando en la mía, acordate, nosotros nunca fuimos nosotros y nuestras soledades no se conocen. Mi soledad es orgullosa, firme e insobornable, ella no se somete a mis deseos, ella fue creada a tu imagen y semejanza, sin falsedades ni disimulos. La tuya es toda tuya, es tu mapa y tu tesoro, tu candado y tu llave, y yo no soy ni siquiera el último manotazo del ahogado para ella.
      Y mejor no hacer de esto un drama, ¿sabés?, porque no lo es. Porque no me estoy muriendo ni vos tampoco, porque sigue amaneciendo en mi ventana y en la tuya y con eso basta, con eso alcanza como para creer que hay revancha y que en cualquier momento puede aparecer un personaje inesperado y cambiar el curso de los hechos. O tal vez no, tal vez ese personaje no sea inesperado sino todo lo contrario, tal vez ese personaje sea este pedacito de sueño que huyó de tu almohada durante la noche y me vino a golpear la puerta y tuve que bajar a atenderlo y calentar un poco de agua para cebarle unos mates y que me cuente entre sollozos que tu soledad te trata mal y ofende tu libertad haciéndote sentir esa necesidad de abrazo tan perjudicial para la salud. Y el pedacito de sueño está ahora acá mientras vos estás allá y la vida continúa como si nada y uno quisiera que ya no, que se detuviera a darnos explicaciones. Pero no las hay.
      No llores, pedacito de sueño, contame, ya es tarde pero no importa, solo hablemos bajito para que mi soledad no se despierte, ella duerme plácidamente y no quiero despertarla con esperanzas falsas. Nunca podría perdonarme eso. Vos me entendés, no se le da falsas esperanzas a la soledad, se la mima y se la cuida como a un niño para que un día pueda irse sola, caminando sin arrepentimientos, saludando al pasar a las nuevas compañías que traen vino y besos y se quedan a pasar primero una noche y después unos días. Y será por eso, pedacito de sueño, que vos estás acá, porque a veces las compañías no acompañan y los besos no estremecen y el vino es un vinagre ácido que lastima y los días que les siguen a esas noches quedan vacíos. Y entonces tal vez vos creas que se puede despertar así como así a mi soledad y decirle que se vaya, que despeje la cama para vos porque ahora te gustaría un abrazo y una cucharita para dormir. Bueno, hagamos un trato: yo hablo con mi soledad y le cuento de vos, le digo lo que vos me dijiste, le muestro esa foto mirándonos a los ojos que sacaste de tu bolsillo tratando de conmoverme innecesariamente. Yo le cuento, pedacito de sueño, del frío que se siente en tu cama y de la angustia que provoca a veces el paso de los años que no aceptan excusas y siguen pasando. Dame un poco de tiempo, no será fácil pero no es imposible. Ahora volvé con ella, no vaya a ser que se despierte en mitad de la noche y le faltes. Llevale esta carta y esta maceta y decile de mi parte que a veces las cosas no salen como uno las planea y que la plantita en la maceta está seca pero no está muerta.
      Adiós, Pedacito de sueño.

RR


Ilustración: Vanix Ilustra

martes, 6 de mayo de 2014

QUERIDO AMIGO:


a mi amigo Virgilio

     Qué injusto he sido con ella, amigo mío. Cuántas equivocaciones he cometido sin proponérmelo. Me he dejado llevar por los arrebatos y las ansiedades y he puesto al servicio de mis necesidades su recuerdo y sus decisiones. Me he aprovechado vilmente de sus días a mi lado para armar unos muñequitos de plastilina que protagonizaran estas cartas mentirosas, estos cuentos mediocres, para que se pasearan de a ratos por mi lado con la esperanza de sentirme acompañado. Me he aprovechado de su ausencia para usurpar su casa que ni siquiera conozco, para arrimarle unas flores en un vaso y adornarle la mesa en donde pudiese dejarle cientos de sobres inútiles y anónimos para que cuando llegara tuviera algo más que una compañía ocasional, para que la cobijaran los aromas de esos amores sin tiempo y sin razones, esos amores de libros leídos y releídos, de esas películas de domingos por la tarde. Vamos, de esos amores que no existen.
      Y durante esos paseos por su casa busqué entre sus sábanas las preguntas para unas respuestas que no tenía. Y estaban todas allí, ordenadas alfabéticamente pero, para mí, un tipo obstinado y necio, eran indescifrables.
      He actuado mal con ella, amigo, me he dejado llevar por la ceguera del egoísmo y me he apropiado de sus palabras para abonar mi angustia. Me he tomado el atrevimiento de hacer de su cara tan llena de todo lo que me gusta un horizonte inalcanzable. Me he enamorado perdidamente de sus pechos y su vientre evitando de esa manera tener que desalojarla de mi alma. He cargado sobre ella la responsabilidad de llevar adelante todo un proceso de catarsis maldita que me sirviera para despreciar el día en que ella volviera a cruzarse en mi camino. La he puesto a custodiar mis temores y mis fracasos por no querer romper relaciones con mis fantasmas y mis demonios, por no animarme a salir de la oscuridad que abrazo para defenderme de un amor que no comprendo y que no deseo.
      Así es, no he sido lo que me hubiese gustado ser, he sido un pusilánime y un embaucador. La he martirizado persiguiéndola por los callejones intrincados de la memoria.
      Y vos quizás, como buen amigo, trates ahora de justificarme argumentando que he hecho lo que he podido. Pero no, no he hecho lo que he podido, he hecho lo que he querido y con eso sólo he logrado armar un alegato en mi contra que me condena indefectiblemente a desaparecer de su memoria.
      Por favor, no le hables nunca de mí, no me nombres ni me excuses. Que nada de lo que he escrito hasta ahora llegue jamás a sus ojos, que ninguna de estas palabras se acerquen alguna vez a sus oídos, que ninguno de esos besos que le he dado desde este exilio cercano se posen jamás sobre su piel. Porque todo lo que he buscado sin querer con estas cartas, cuando la quise hasta lo inimaginable, cuando la abracé hasta lo imposible, cuando la deseé y la sometí y la traje a vivir conmigo para siempre, fue ni más ni menos que olvidarla.

 

RR


Foto: Andrea Alegre

sábado, 3 de mayo de 2014

EL FINAL DE LAS CARTAS



      Y qué otra cosa han sido estas cartas que la prueba irrefutable de que nada son las palabras sino un placebo ineficaz que aumenta las penas. Qué otra cosa han sido estas palabras que caían vivas sobre el papel para morir por la ausencia de un destino como mueren las flores, por mas bellas que sean, por la ausencia de sol. Qué más han logrado que reafirmar que los significados no se encuentran en las declaraciones pomposas sino en los hechos. Porque estas palabras no han sido absolutamente nada pues nada han hecho, pues nada han conseguido, ni siquiera mover una hoja seca del piso; no han provocado ni una sonrisa ni un llanto, ni siquiera el fastidio de leerlas. No han conseguido ni el amor ni el olvido.
      Estas palabras que han poblado mediodías y noches, que han paseado en las tardes por los arrabales de la súplica y la desgracia han sido solo renuncias y lamentos de quien debe reconocerse de una vez por todas derrotado por su propia cobardía y por su propia arrogancia, la de creerse un escritor enamorado, un Lord Byron caricaturesco de poca monta sin otra cosa que ofrecer que palabras pasadas de moda y clichés literarios que no logran más que desencanto y lástima. Estas cartas han sido la herida sangrante de quien ha aceptado la indiferencia como musa y culto. En estas cartas se han podrido la dignidad y esa mínima sabiduría que hasta los más miserables poseen. Al fuego de estas cartas se ha cocinado un revuelto asqueroso y repugnante de falsos recuerdos con artilugios poéticos berretas y golpes bajos de la peor calaña.
      Entonces, ahora es tiempo de asumir realidades, de enfrentar la tormenta que ya se descubre inapelable como lo que es, un castigo justo para quien armó una escenografía de cartón y pintó días soleados para ocultar el barro y el dolor. Estos son los tiempos que se avecinan, este es el momento que siempre llega, el de abandonar al fin cualquier pretensión de hidalguía y honores de un caballero que solo ha perdido la razón y se refugia como un imbécil en su locura en nombre de un corazón que no le pertenece ni le pertenecerá nunca. Son estos, tiempos de ser un valiente de a pie, sin caballo y sin sable, sin corona ni medallas; dejar caer la máscara y la capa de superhéroe y así, completamente desnudo, con las heridas aún en carne viva, con los ojos descubiertos y las manos liberadas de la pluma y de la tinta, enfrentar el castigo que le debe ser impuesto por esa ceguera defendida sin sentido, por esa soberbia de quien se creía capaz de amar incondicionalmente pero que, en realidad, tan solo no podía aceptar no ser amado. Será el juicio final a ese lobo con piel de cordero que dibujaba felicidades mentirosas y mentiras felices declarando un ascetismo inexistente, una conformidad ante un destino inventado de escritor paria que aceptaba sin chistar el sacrificio en una lucha que, finalmente ahora, se revela como lo que verdaderamente era: una lucha contra él mismo y en la que solo la derrota más cruel podría redimirlo.
      Y de esa derrota nace este final impensado pero lógico y necesario donde la verdad se impone silenciosa: el amor no es sacrificio, ni dolor, ni súplica, ni muerte, ni palabras, ni cartas. El amor es un hecho, y los hechos no necesitan palabras, hablan por sí solos.

RR

jueves, 1 de mayo de 2014

ESTA COSTUMBRE


     Y yo acá, leyendo a este tipo que tiene la desgraciada costumbre de abrirse siempre en alguna página donde justo me encuentro, y entonces te encuentro a vos que probablemente te acostaste hace un rato nomás con esas marcas de la noche y las caricias de alguna víctima. Cada vez que nos encontramos acá es lo mismo, es cuidarte el sueño o la vigilia, es acercarte un mate y darte un beso en la frente, es soportar estoicamente la ansiedad y evitar decirte algo que te pese y te aleje, que te suba a la calesita de los pies que dan media vuelta y te llevan hacia la puerta, enojada, sin tener en cuenta que te quiero y que por eso mismo a veces puedo ser un poco torpe y tropezar con las palabras tratando de desnudarte, tratando de saborear tu tiempo antes de que tus ojos felinos se pierdan en esa mirada a la que no tengo acceso, una mirada con nombres desconocidos, con otros cuerpos y otras ansias, una mirada puñal que no me toca y con eso me mata, una mirada como una soga que se esconde del suicida y le niega la muerte y lo deja agonizando la vida perpetuamente.
      Y cada vez que te encuentro en este lugar tengo miedo de no encontrarte, de encontrar solo tus piernas que sostienen la curva de tu pubis angelical y tu espalda y tu vientre y tus senos y tus brazos que sostienen tus manos donde se apoya tu cara de chiquita linda con unos labios que para mí son ya extranjeros y unos ojos que miran siempre al futuro desde la azotea, sosteniendo un zapato y envuelta en una bufanda multicolor, sosteniendo pensamientos encontrados por las calles de la vida, esa vida donde ya no puedo asomarme y entonces me siento un tipo miserable que no tiene nada, solo una visión idealizada de tu maravilla externa, solo este manojo de palabras que te sobrevuelan ilusionadas pero que nunca podrán aterrizar en tus dolores y en las alegrías que desatan tu risa que tampoco me ríe, que solo ríe para otros desde otros, y yo soy otro otro.
      Ahora ya es la tarde, tomemos estos mates de yerba nueva y amor lavado. Después podés darte media vuelta, acomodar la almohada debajo de tu cabeza y desaparecer, yo me quedaré a tu lado sin que notes mi presencia. Como hemos hecho hasta ahora, vos en tu azotea y yo con este temor idiota de alejarte cuando, en realidad, ya te has vuelto inalcanzable, con esta costumbre diaria de encontrarte en alguna página y perderte para siempre en estas cartas que escribo y guardo sin razón.

RR


Foto: Guillermina Raggio

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...