¡Cuánto talento en este Río de la Plata castigado y mugriento! Cuántos amores deambulando por las calles de cara al Sur. Cuánta pena y cuánta herida. Un mundo de desencuentros y soledades guardadas en baúles de viejos inmigrantes, en los cantos de esos indios olvidados que trae el viento, en los tacos de una vieja señora que todavía se guarda el placer de bailar sola en su casa en esas noches donde solo la acompaña el alcohol y un espejo que le devuelve el paso de los años. Y entre toda la gente que se mira indiferente un día me encontré con una mujer con sueños de viajes y leyendas por una América donde los dolores crecen como la maleza, donde las heridas aún sangran y los muertos se llevan clavados en el pecho. Y solo se me ocurrió ofrecerle mi mundo a cambio del suyo, ofrecerle mis días a cambio de sus noches, ofrecerle mi vida a cambio de nada. Y ella fue rechazando cada oferta que le hacía. En cada una bajaba la mirada y sin siquiera despedirse me dejaba mirando su ida y una estela de soledades que aromarían mis fantasías. Y por cada día que la quise decidí escribirle una carta. Y por cada carta que escribía la quería un día más. Y en cada carta hubo un día y una noche y una esperanza y una muerte y una resurrección. Fui construyendo un cielo propio con el color de sus ojos, con nubes de bocanadas que salieron de sus labios, con el sonido de su respiración agitada. Y decidí soltar mis cartas en ese cielo y sentarme a esperar. ¿Qué más podía hacer?
Hace un tiempo vi regresar una de mis cartas con su nombre en ella, con esa combinación de letras que determina mis humores apenas la veo. Solo su nombre, nada más, nada menos. Y entonces sentí que la espera había sido en vano y comprendí que todas esas cartas regresarían tarde o temprano a mí porque el cielo que las contenía era el mío y no el de ella. Porque de ella hice un cielo a mi medida y a mis necesidades. De ella tomé las palabras para tejer esta manta que hoy me abriga en este banco abandonado. Por ella me reconcilié con la idea de no ser quien debía y sí quien quería, este penúltimo linyera que sale de su casa cada día con la certeza de que quererla hasta que haga falta no es un error sino quizás mi único acierto; no es el delirio de un oligofrénico sino la más preciosa de las locuras, la más peligrosa de las apuestas, la más sabia de las decisiones.
Dicen que en este lado del mundo todas las hojas son del viento y la lluvia cura todas las heridas y la sangre se arremolina alrededor de unas piernas de mujer y unas faldas que guían los pasos de los amantes. Dicen que en estas tierras lejanas cambia, todo cambia... menos algunos amores. Amores que se van y dejan una estela de soledades a su paso y así se quedan a aromar los días y las noches de nombres silenciados y sonrisas cómplices entre tangos y una queja. Amores que viven en cartas como esta que buscan volar en cielos oscuros con luces de colores... como el de ella.
RR
Foto: Flor del Irupé
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