Y qué otra cosa han sido estas cartas que la prueba irrefutable de que nada son las palabras sino un placebo ineficaz que aumenta las penas. Qué otra cosa han sido estas palabras que caían vivas sobre el papel para morir por la ausencia de un destino como mueren las flores, por mas bellas que sean, por la ausencia de sol. Qué más han logrado que reafirmar que los significados no se encuentran en las declaraciones pomposas sino en los hechos. Porque estas palabras no han sido absolutamente nada pues nada han hecho, pues nada han conseguido, ni siquiera mover una hoja seca del piso; no han provocado ni una sonrisa ni un llanto, ni siquiera el fastidio de leerlas. No han conseguido ni el amor ni el olvido.
Estas palabras que han poblado mediodías y noches, que han paseado en las tardes por los arrabales de la súplica y la desgracia han sido solo renuncias y lamentos de quien debe reconocerse de una vez por todas derrotado por su propia cobardía y por su propia arrogancia, la de creerse un escritor enamorado, un Lord Byron caricaturesco de poca monta sin otra cosa que ofrecer que palabras pasadas de moda y clichés literarios que no logran más que desencanto y lástima. Estas cartas han sido la herida sangrante de quien ha aceptado la indiferencia como musa y culto. En estas cartas se han podrido la dignidad y esa mínima sabiduría que hasta los más miserables poseen. Al fuego de estas cartas se ha cocinado un revuelto asqueroso y repugnante de falsos recuerdos con artilugios poéticos berretas y golpes bajos de la peor calaña.
Entonces, ahora es tiempo de asumir realidades, de enfrentar la tormenta que ya se descubre inapelable como lo que es, un castigo justo para quien armó una escenografía de cartón y pintó días soleados para ocultar el barro y el dolor. Estos son los tiempos que se avecinan, este es el momento que siempre llega, el de abandonar al fin cualquier pretensión de hidalguía y honores de un caballero que solo ha perdido la razón y se refugia como un imbécil en su locura en nombre de un corazón que no le pertenece ni le pertenecerá nunca. Son estos, tiempos de ser un valiente de a pie, sin caballo y sin sable, sin corona ni medallas; dejar caer la máscara y la capa de superhéroe y así, completamente desnudo, con las heridas aún en carne viva, con los ojos descubiertos y las manos liberadas de la pluma y de la tinta, enfrentar el castigo que le debe ser impuesto por esa ceguera defendida sin sentido, por esa soberbia de quien se creía capaz de amar incondicionalmente pero que, en realidad, tan solo no podía aceptar no ser amado. Será el juicio final a ese lobo con piel de cordero que dibujaba felicidades mentirosas y mentiras felices declarando un ascetismo inexistente, una conformidad ante un destino inventado de escritor paria que aceptaba sin chistar el sacrificio en una lucha que, finalmente ahora, se revela como lo que verdaderamente era: una lucha contra él mismo y en la que solo la derrota más cruel podría redimirlo.
Y de esa derrota nace este final impensado pero lógico y necesario donde la verdad se impone silenciosa: el amor no es sacrificio, ni dolor, ni súplica, ni muerte, ni palabras, ni cartas. El amor es un hecho, y los hechos no necesitan palabras, hablan por sí solos.
RR
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