Hablábamos de vos y de tus tiempos y de los míos, de esas vueltas que tiene la vida hasta que pega la última curva, toma la recta final y llega la bandera a cuadros. Hablábamos de vos y nos metimos en un terreno del que casi nunca se sale indemne, porque empezás a revolver y te encontrás con lo que no querés decir y… lo decís. Y yo no quería decirle de vos, pero bueno, justo hablábamos de vos.
Hablábamos de vos y me contó un poco de tus días (no de tus noches sobre las que prefiero no saber). Me dijo de tus pelos y tus mañas, y me escondía algunas cosas entre arañas y lagartos para que yo tratara de no indagar demasiado. Hablábamos de vos cuando de repente empezamos a hablar de mí, de mí y de vos, de vos y tus decisiones a las que ya no le busco explicación.
Hablábamos de vos y, cuando me dí cuenta, se me había dibujado una estúpida sonrisa en la cara que seguro se me notaba. Pero, por suerte, ahora ya puedo controlarla un poco más cuando hablo de vos.
Porque cuando hablo de vos te siento a mi lado para que se den cuenta de quién hablo, para que te conozcan y comprendan que soy yo el del problema, que vos estás ahí, calladita, indiferente, esperando a que yo termine para irte y seguir con tu vida. Y yo hablo de vos como un loro, cuento cosas que creo que me pasan e invento continuamente excusas para seguir hablando (como si no fuese suficiente con esa sonrisa de imbécil que se me escapa a cada rato). Yo hablo de vos, les cuento de la inexplicabilidad de algunas cosas pero siempre aclaro que, si pudiesen ver esa sonrisa tuya (tan mía), quizás serían más indulgentes conmigo en sus opiniones cuando hablo de vos. Porque cuando hablo de vos pierdo la cuenta de los días que vengo hablando y me olvido de que cuento siempre lo mismo como si fuese la primera vez, como si el viento soplara novedoso y yo pasara mis brazos alrededor de tu espalda, como si el desconcierto y la sorpresa que me causaban tus enojos repentinos fuesen toda una noticia de último momento, al igual que esa odiosa taquicardia que me daba al verte y que me dejaba tan evidencia y de la cual todavía hoy hablo cuando hablo de vos.
Y hablo de vos y, claro, hablo de mí. Hablo de quererte y de no querer hablar más de vos, de este pequeño orgullo de morondanga que siento a veces por estar acá, escribiéndote, hablando solo y aguantándome las ganas de hablarte a vos, resistiéndome estoicamente a romper esta camisa de fuerza que le coloqué a mi locura para no ir a comerte el cerebro hablándote del tiempo que pasa y de lo que no pasa con el tiempo, hablarte de la vida y las mujeres y todas esas cosas que hablo cuando hablo de vos. Pero no te asustes, cuando yo hablo de vos soy inofensivo y no lo hago para invadir tu intimidad con preguntas impertinentes, lo hago porque todavía estás sentadita acá a mi lado, calladita como siempre, cumpliendo perfectamente tu papel de secreto a voces, de mujer de mi vida, de destino anunciado de cada una de mis conversaciones.
Hoy hablábamos de vos y le conté que te vi sin querer y que, como ya no necesito alejarme para protegerme de tu recuerdo, puedo hablar tranquilo, puedo pronunciar tu nombre sin arrepentirme y confesar que te quiero en cada palabra, en cada silencio, en cada una de esas oportunidades que hablo de vos. Hoy cuando terminamos de hablar de vos y cada uno volvió a lo suyo, vos a tu vida y yo a mis cartas, se me dibujó nuevamente esta estúpida sonrisa que tengo ahora en la cara y que no es otra cosa que el efecto colateral de una locura encamisada que se escapa de mi boca para dejarme en evidencia ante mí mismo y no tener más opción que aceptar que, por más que nosotros no hayamos sido una gran conversación, vos seguís siendo lo único sobre lo que hablo.
RR
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