jueves, 15 de mayo de 2014

UN PEQUEÑO CONTRATO PARA QUERERLA


       Hoy, alrededor de estos días de otoño, bajo este sol que a veces calienta lo que el viento se empeña en enfriar, yo, quien suscribe, declara ante usted lo siguiente:
           

          Usted, señorita, me gusta. Y con esta admisión quizás ya no sea necesario más pero, en mi carácter de quien quiere arrimarse al calorcito de su vida prefiero argumentar este hecho. Usted me gusta como quien gusta de su compañía, a veces ruidosa y otras veces silenciosa. Me gusta la calma que le da esa supuesta autosuficiencia que se empeña en demostrar y me gusta también la furia que desprenden sus ojos cuando algún gesto mío la incomoda o quizás cuestiona alguna de sus incuestionables verdades. Me gusta escucharla contar sus sueños y ver que no aparece mi nombre en ninguna de esas descripciones y, entonces, yo deduzco que usted tiene una vida propia y que, por esa misma razón, no va a depender de mí para sobrevivir si el ocaso de un probable amorío entre usted y yo finalmente llegase (lo que me permitirá suponer que, en las tardes en que me sienta feliz al pensar en usted, será una felicidad honesta y sincera al saberme afortunado, ya que nada la obliga a participar de ellas). Me gusta usted cuando comienza a desvestirse con la naturalidad de un niño sin tomar en cuenta que está bombardeando mis sentidos y dinamitando todas las salidas que pudieran servirme para evitar someterme vergonzosamente a sus deseos y escapar (de usted, claro. Le pido por favor que tenga consideración conmigo en este aspecto.). Usted, señorita, me gusta a pesar del peso de la responsabilidad que eso me crea y del paso del tiempo que nos juega en contra. Usted me gusta y, será por eso, que he comenzado a quererla.
          Debido a que usted me gusta, y a que por eso mismo estoy en condiciones de confesarle que la quiero, debo, a este punto, hablarle de mí. Ya en la sonoridad de mi nombre podrá darse cuenta de que se encuentra usted frente a un hombre silvestre, sin grandes méritos ni sobresalientes virtudes y que ni siquiera es capaz de manejar ciertas cuestiones emocionales que le atañen a usted (he comprobado que desde que la conozco he adquirido algún tipo de patología que me provoca ciertos temblores y malestares estomacales en su presencia. Lo más intrigante de este asunto es que no se siente como un dolor sino como algo más bien placentero, pero que me coloca en una situación que yo analizo como desventajosa puesto que mis pensamientos se tornan fantásticos e irreales y comienzo a tener esa terrible falsa sensación de que soy capaz de alcanzar cualquier objetivo que me proponga con usted). No quisiera hacerla directamente responsable, pero si tuviese que alegar algo en mi favor, usted sería claramente la culpable de esas sensaciones extrañas. Entre mis intenciones con usted podría nombrarle las más santas que se me ocurriesen, pero estaría faltando a la verdad y no creo que sea un buen comienzo para llegar a conocerla. Usted me provoca y desata mis más bajos instintos, mis más carnales deseos, que me llevan a un estado de excitación hormonal que no sería demasiado importante si no fuera por el revuelo que se produce en mi mente cuando, por algún descuido suyo, llego a rozar sus labios en esos besos de mejilla que tan desprejuiciadamente usted reparte. Y si vamos a lo verdaderamente importante, déjeme confesarle que, en pos de mis anhelos, he construido pacientemente un espacio únicamente para usted en mi alma y que, después de echarle una mirada hace unos días atrás, me he dado cuenta de que ese espacio ya no es una parte sino un todo.
           Es tiempo de exponer mis deseos y los derechos sobre usted a los cuales aspiro. Deseo, en primer lugar, disfrutar de su compañía, y en eso incluyo esos ratos de ocio en los que usted decida acompañarse de mi persona, pero también me gustaría poder pensar en usted durante esos momentos en los cuales se ausentara de mis abrazos. No es mi intención incomodarla o interrumpir el normal transcurso de su vida, no es mi intención convertirme en Norman Bates y perseguirla hasta una ducha con este texto a modo de cuchillo, ni hurgar en sus horas ajenas a las mías. Sin embargo, lograría usted sonsacarme una sonrisa dulce y sincera si pudiera hacerme saber de vez en cuando que nuestros pensamientos se encuentran en alguna esquina a la hora del almuerzo. Deseo, a su vez, sentir su calor cuando le arrime una palabra al oído, nada de poesías ni frases célebres, solo alguna de esas mínimas confesiones de quien se siente libre de hacerlas ante la persona indicada y que valen más que esos desproporcionados poemas de amor tan pasados de moda. Por último, deseo tenerla todavía desnuda a mi lado en esos momentos que le siguen al orgasmo en donde la mayoría de los mortales buscan despegar de la cama. Pues bien, yo deseo quedarme a su lado y volar, recorrer el horizonte y obsequiarle algún crepúsculo que haya sido salvado de ser fotografiado. Sobre mis derechos, bueno, solo puedo decirle que está en usted otorgarme alguno si es que lo considera necesario y si no, de mi parte, estaremos siempre a mano.

      He aquí detallado lo que me propongo. Le pido, si fuese tan amable, que lo considere solo como un pequeño prólogo a mis intenciones y deseos, no quisiera malos entendidos con usted. Defiendo aquello de que al amor no se le pueden poner condiciones, por eso no es mi intención poner sino más bien quitar cualquier atisbo de ellas. Por último, quiero que sepa que cuenta con toda la confianza que necesite para callar sus intenciones conmigo, pero entienda que, de ahí en adelante, solo me quedará quererla silenciosamente armando con su boca y sus ojos un rostro de ensueño en mi memoria; poniendo su voz al servicio de una guitarra; dándole a su cuerpo el carácter de tierra fértil para mis fantasías y tomando sus sueños y sus días y sus miedos como propios para empequeñecer su devastadora ausencia. Le ruego que, por favor, comprenda que un hombre silvestre como yo no es a veces susceptible a entender muchas razones y se puede dejar llevar injustificadamente por ineficaces sentimientos de rebeldía y obstinación que le ayuden a transitar el duro camino del olvido plagiando historias y escribiendo pobrísimas cartas sin destino. Y está de más decir que, llegado el caso, puede usted hasta sentirse incluida en ellas si eso la hace sentir agraciada. De mi parte, será un pequeño gusto poder participar aunque sea de ese momento en donde su autoestima se acerque a estas aguas a refrescar su gloria.
      Sin otro particular, la saludo muy atentamente.

RR


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