Tal vez sea este día de sol vacío o esta desilusión que últimamente persigue mis horas, no lo sé. Pero decidí acudir a vos después de tanto tiempo porque vos, con tu silencio, siempre tenés las palabras precisas sin necesidad de la mirada constante y la sonrisa perfecta, sin tener que acercarme tu sombra y empaparme de ese frío de frontera cerrada. Preferí buscar tu silencio como cuando busco la orilla del mar, un refugio para mis ansiedades que chocan como olas contra tu muelle eterno. Entonces, me senté a pensar en ese silencio y sin quererlo me encontré hablando solo, contándote que no es un buen día, que la muerte anda dando vueltas llevándose las sonrisas más bellas. Eso me dio un poco de un miedo estúpido que tengo a veces de perder lo que ni siquiera tengo. Por eso vine otra vez en búsqueda de tu silencio, como una prueba de vida. Y una vez que lo encontré, me sentí mejor, aliviado de chocar otra vez contra los filos de ese muelle, de poder verte a lo lejos emitiendo esas ondas que captura mi radio y las transforma en estas palabras que parece que sólo supieran hablarte a vos. Supuse que podía quedarme un rato en tu orilla, viéndote bailar, pensando en la tristeza de la gente que se nos muere impunemente y se lleva un pedazo de nosotros que nos quedamos acá con un pedazo menos. La verdad es que ya no importa que tan cerca nos roza. La muerte nos roza, nos amaga y a veces nos atormenta. Y para combatir eso no existe otra cosa que el amor. Será por eso entonces que decido tirarme como un paracaidista de incógnito en tu campo, a oler tus cardos y tus pastizales; disfrazado de escritor de bueyes perdidos, de historias sin ningún mérito, sólo infidencias de la memoria condimentadas con los desvaríos propios de un tipo enamorado de quién sabe qué.
Porque hoy justo me decían que no podía ser, que no puedo quererte así, y yo no pude hacer más que callar, bajar la mirada y avergonzarme de no poder dar una respuesta, de no tener aunque sea una promesa falsa de tu parte como para fundamentar mis cartas. Tienen razón, es demasiado. Pero supongo que esa es la vida, una comedia sobre el drama de la muerte que nos pisa los talones desde el primer minuto. Entonces, hay que correr más rápido y esconderse entre amores de medio día, en noches de caricias a escondidas, en tardes de plaza aromada con besos de despedida, con esa sana costumbre de prometer amor para siempre y vivirlo hasta que dure y llorarlo hasta que muera.
En mi caso, yo prefiero esto. Prefiero esto de escribirle a esa que fuiste alguna vez y que hoy me regala un silencio que es sólo mío. Tal vez así pueda presentarle alguna prueba a la muerte de que vivo con algún sentido. Aunque ni yo pueda saber del todo cuál es.
RR
Porque hoy justo me decían que no podía ser, que no puedo quererte así, y yo no pude hacer más que callar, bajar la mirada y avergonzarme de no poder dar una respuesta, de no tener aunque sea una promesa falsa de tu parte como para fundamentar mis cartas. Tienen razón, es demasiado. Pero supongo que esa es la vida, una comedia sobre el drama de la muerte que nos pisa los talones desde el primer minuto. Entonces, hay que correr más rápido y esconderse entre amores de medio día, en noches de caricias a escondidas, en tardes de plaza aromada con besos de despedida, con esa sana costumbre de prometer amor para siempre y vivirlo hasta que dure y llorarlo hasta que muera.
En mi caso, yo prefiero esto. Prefiero esto de escribirle a esa que fuiste alguna vez y que hoy me regala un silencio que es sólo mío. Tal vez así pueda presentarle alguna prueba a la muerte de que vivo con algún sentido. Aunque ni yo pueda saber del todo cuál es.
RR
Foto: Andrea Alegre
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