Que llueva… que llueva todo el día. Que esta mañana fría y gris se cargue el día a sus espaldas y lo lleve hasta tu casa, que lo deje ahí en la puerta como un paquete envuelto en celofán para que no se empape. Que ni un rayo del sol se asome por entre las nubes para conservar ese color de tu cara que mira por la ventana buscando algo en que pensar que no sea siempre lo mismo, siempre esas mañanas luminosas que tienen la suerte de acariciar tus despertares, tu primeros movimientos en la cama medio vacía.
Que esta capa formada por un goteo finito y constante permanezca mientras elegís tu ropa y calentás el agua, mientras te parás frente al pequeño espejo en la pared y te mirás a los ojos y creés en vos y en la seguridad de creer que se puede creer así nomás, sin pruebas y sin papeles que acrediten tu confianza, sin ni siquiera una fe extraordinaria en vos misma, solo con tus ojos que te dicen desde adentro, desde la simpleza de un color, que este es otro día diferente del que pasó y del que vendrá, que quien quiera acercarse a vos deberá atravesar tu muralla, esos párpados pálidos que frotás acomodando tus pestañas que se alinean como bailarinas y saltan apagando la luz.
Que se detenga el mundo y solo queden las palomas mandándose mensajes incomprensibles para nosotros que no comprendemos nada. Que somos incapaces de comprender que no somos tal para cual, porque hay amores que no necesitan ser tales ni cuales, hay amores que son más amores que esos tales que se encuentran después del trabajo y comen y hablan y hacen el amor y duermen pero que no se ven en los ojos como nos vemos nosotros en tu espejo. Y eso es el amor para ellos. En cambio el amor para nosotros es esta espera por los días grises para que se pare el mundo y las palomas hablen de nosotros sin que lo sepamos y yo te diga buen día donde sea que te encuentres y vos me mires por la ventana buscando no pensar en mí, y cuidado con el agua que se pasa y después quema la yerba. Los amores tales son amores para toda la vida y la vida dura toda la vida y ahí se mueren y quedan los certificados y los recuerdos de los hijos y los nietos y las fotos prolijamente enmarcadas y un nicho para llevar flores. En cambio nosotros somos un amor del que no quedarán más que algunas palabras escritas en mañanas grises vistas desdse una ventana. Algunas cartas que nadie leyó ni leerá y que trascenderán la muerte por rumores e historias falsas, escondidas en vasijas de culturas milenarias que nadie encontrará y en las que algunos creerán como leyendas imposibles, como creen los tales en Neruda o en Shakespeare, recitando poemas que ellos creen que son de amor cuando, en realidad, no son de otra cosa que de morirse por unos ojos, por ganas como las que tengo diariamente de saltar desde tu espejo a morir contra un beso en tu boca reflejada día tras día. Porque Don Pablo no perteneció nunca al mundo de los tales aunque los tales crean que era uno de ellos. Porque hay veinte poemas pero solo una canción desesperada, solo una. Y uno puede amar veinte veces pero la desesperación es única e irrefutable.
Y mi amor, como verás, no es ni tal ni cual, solo es este rato de nubes y mates y un manojo de palabras para vos sentada en tu cama aflorando de la noche, perfumándote sin saberlo con un amor que corre desesperado cada mañana hasta tu puerta y te acompaña sobre los hombros como una capa gris y te da la mano al cruzar la calle y le dice buen día a todos al llegar a tu trabajo y te corre las cortinas de la ventana para mostrarte esto que a mí me toca escribir desde acá, desde este mundo tan lejano a todos, desde esta cultura milenaria de leyendas que tal vez sobreviva a la muerte de las fotos y las anécdotas de reuniones familiares, desde este amor hecho canción desesperada, desde la decisión de ser o no ser todos los días, ser un tal para cual que trata de seducirte o solo quererte así, desesperado y sin remedio, sin poemas ni balcones, solo el deseo de que llueva para escribirte y asomarme aunque sea un rato a tu mirada que se pierde en la ventana mientras la muerte atiende en los cementerios a los tales que reciben felices su certificado de amor.
RR
Foto: Guillermina Raggio
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