viernes, 30 de mayo de 2014

ADIÓS A LA MUERTE


     La vida no pasa, la vida sucede. Y una vida sucede a la otra y a cada una le sucede una muerte y a cada muerte la debería anteceder un amor. Porque morirse de amor está muy bien (¡muy bien!).
     ¿Es que alguien quiere morirse de gripe o de hepatitis o atropellado por un auto? ¿Es que alguien quiere realmente llegar a viejo, romperse el alma contra las veredas a los ochenta años arrastrando recetas y bastones y la indiferencia del mundo? Pues yo prefiero morirme por ella. Así como suena. Emcontrarla un día y decirle frente a frente te quiero; mirarla a los ojos por algunos segundos y morirme en su boca. Si eso es la muerte, bueno, estoy dispuesto a morir ahora mismo todas las veces que sea necesario. Si esa chiquilina que anda por ahí ahora mismo caminando por la calle feliz, o sola en su casa arrimando alguna leña a su pecho para no sentir el frío de la soledad, me diera una señal, una sola, un suspiro de esos que dicen todo, un hola atrevido y desprevenido, una mirada de reojo, pues bien, no habría nada más que hablar, firmaría donde hubiese que firmar, ordenaría mis papeles y saldría a buscarla, a pudrir mi carne en su tierra, a hacer un minuto de silencio a su lado en honor a una vida que valió la muerte, a darle un abrazo a cada uno de los miembros de mi pelotón de fusilamiento.
      Pero, ¿cómo que no? ¿Por qué alguien quisiera esperar a la muerte entre almohadas y sobremesas, entre esperanzas de días felices y eternidades imposibles? ¿Quién en su sano juicio prefiere vivir en la memoria de su obra antes que morir en la boca de un amor verdadero, de un amor que te mata mientras vivís y te resucita al momento de la muerte?

     Y por eso, amigos míos, he venido a despedirme. He venido a dejarles todo lo que tengo que no es nada, son sólo cosas. Cosas que hicieron de a ratos un poco más blanda mi lucha, como revistas viejas en la sala de espera del dentista. Ha llegado el momento de decirles adiós o hasta pronto. Ustedes sabrán decidir su muerte, yo ya he decidido la mía.
      Y si en su boca pierdo mi vida nada habré perdido sino que habré encontrado mi luz al final del túnel, mi mantra y mi Ganges, mi Mesías y mi cruz, mi arcángel y mi Meca. Si muero en su boca habré sabido vivir y no habrá necesidad de epitafios ni sermones, habré dicho mis últimas palabras y mis deseos se habrán cumplido. Habré roto todos las mandamientos y todos los pronósticos. Habré bajado del colectivo en movimiento, hablado con el chofer y escuchado la radio a todo volumen y hasta salivado en el piso también. Habré abierto las jaulas y soltado los pájaros y mandado a la mierda a todos los embaucadores y los tilingos que quieren hacernos creer que el dinero no es la felicidad pero ayuda.
      Adiós, amigos. Buena vida para ustedes. A mí me espera una muerte digna, un beso mortal, una eternidad de diez segundos más valiosa que la eternidad del infierno en el cual todos arderemos. Adiós, amigos. Para cuando lean estas líneas yo ya me habré ido, estaré esperándola en la misma playa, en la misma orilla.
      La estaré esperando en silencio, sin vendas ni capuchas ni cartas, sin anestesia ni extremaunción, sólo ella y yo, sólo su boca y la mía, sólo la vida.

 

RR

Foto: Pablo Silicz

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