Oh corazón, ¿adónde me has traído? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué vamos a hacer nosotros acá? Nosotros no pertenecemos a este lugar. Vos y yo tenemos nuestro lugar, que no será el mejor lugar del mundo pero es el nuestro, es el que hemos hecho en medio de los vendavales y las tormentas, de los días de flores secas y sales en las heridas. Ese es nuestro lugar, no este. No hay espacio para nuestras voces en esta primavera. Nuestro lugar es puro otoño, recuerdos de los veranos pasados uno a uno entre orillas y mares, entre abrazos perdidos y una pila de cartas aún por escribir.
No me tientes, corazón. No hagas de esta noche otra de esas noches. No me lleves a dar vueltas como un tonto alrededor de su manzana, a merodear por su casa como un perro que fue olvidado en la calle. Yo la quiero, corazón, la quiero desde esta lejanía de música suave y poesía áspera; la quiero pero no me quedaré a esperarla esta noche, perdoname, estoy cansado, necesito acostarme y pensar, reflexionar sobre lo que mañana ya no podré, buscar todas las razones y ordenarlas una vez más como me dijo Don Mario, hasta quedarme dormido y dejar que el sueño decida, que el inconsciente se apropie de este inconsciente. Vos hacé lo que tengas que hacer, preparate un te, poné ese disco con canto de sirena y esperá la madrugada. A mí me corren las horas y los días, me corren las muertes y los años de una niña preciosa que se va poniendo cada vez más grande, y algo debo dejarle, corazón. Porque no puedo entregarme así nomás, no es que no la quiera, no es que ni siquiera me importe salvarme del naufragio, correrle la cabeza al verdugo y conservar algo por el sólo hecho de conservarlo. No es eso, es que todavía me queda un tranco hasta el horizonte y me quedan luces y sombras y unos ojos azules o marrones o verdes, no importa, quedan otros ojos que no son los de ella pero que tal vez sean los míos. No me gustaría llegar con las manos vacías, con el pecho hueco, con las órbitas a puro hueso. Yo la quiero, corazón, pero no me voy a quedar acá a hacer una momia de un amor, a envolver con palabras lo que ya ha muerto. Prefiero que se pudra y que tal vez sirva para alimentar su sonrisa al atardecer, que abone los amores nuevos que nacerán en su tierra.
Vamos corazón, la vida continúa aunque parezca que no, dejemos todo como está, quememos las cartas y los versos para que no quede constancia de lo tremendo que ha sido olvidarla, para que quienes vienen detrás no crean que siempre se pierde, ellos no deben saber de antemano que al final, si el amor no te sostiene, te derriba.
RR
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