martes, 6 de mayo de 2014

QUERIDO AMIGO:


a mi amigo Virgilio

     Qué injusto he sido con ella, amigo mío. Cuántas equivocaciones he cometido sin proponérmelo. Me he dejado llevar por los arrebatos y las ansiedades y he puesto al servicio de mis necesidades su recuerdo y sus decisiones. Me he aprovechado vilmente de sus días a mi lado para armar unos muñequitos de plastilina que protagonizaran estas cartas mentirosas, estos cuentos mediocres, para que se pasearan de a ratos por mi lado con la esperanza de sentirme acompañado. Me he aprovechado de su ausencia para usurpar su casa que ni siquiera conozco, para arrimarle unas flores en un vaso y adornarle la mesa en donde pudiese dejarle cientos de sobres inútiles y anónimos para que cuando llegara tuviera algo más que una compañía ocasional, para que la cobijaran los aromas de esos amores sin tiempo y sin razones, esos amores de libros leídos y releídos, de esas películas de domingos por la tarde. Vamos, de esos amores que no existen.
      Y durante esos paseos por su casa busqué entre sus sábanas las preguntas para unas respuestas que no tenía. Y estaban todas allí, ordenadas alfabéticamente pero, para mí, un tipo obstinado y necio, eran indescifrables.
      He actuado mal con ella, amigo, me he dejado llevar por la ceguera del egoísmo y me he apropiado de sus palabras para abonar mi angustia. Me he tomado el atrevimiento de hacer de su cara tan llena de todo lo que me gusta un horizonte inalcanzable. Me he enamorado perdidamente de sus pechos y su vientre evitando de esa manera tener que desalojarla de mi alma. He cargado sobre ella la responsabilidad de llevar adelante todo un proceso de catarsis maldita que me sirviera para despreciar el día en que ella volviera a cruzarse en mi camino. La he puesto a custodiar mis temores y mis fracasos por no querer romper relaciones con mis fantasmas y mis demonios, por no animarme a salir de la oscuridad que abrazo para defenderme de un amor que no comprendo y que no deseo.
      Así es, no he sido lo que me hubiese gustado ser, he sido un pusilánime y un embaucador. La he martirizado persiguiéndola por los callejones intrincados de la memoria.
      Y vos quizás, como buen amigo, trates ahora de justificarme argumentando que he hecho lo que he podido. Pero no, no he hecho lo que he podido, he hecho lo que he querido y con eso sólo he logrado armar un alegato en mi contra que me condena indefectiblemente a desaparecer de su memoria.
      Por favor, no le hables nunca de mí, no me nombres ni me excuses. Que nada de lo que he escrito hasta ahora llegue jamás a sus ojos, que ninguna de estas palabras se acerquen alguna vez a sus oídos, que ninguno de esos besos que le he dado desde este exilio cercano se posen jamás sobre su piel. Porque todo lo que he buscado sin querer con estas cartas, cuando la quise hasta lo inimaginable, cuando la abracé hasta lo imposible, cuando la deseé y la sometí y la traje a vivir conmigo para siempre, fue ni más ni menos que olvidarla.

 

RR


Foto: Andrea Alegre

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