domingo, 30 de marzo de 2014

CON TIERRA EN LAS MANOS


      Porque no hay lugar donde esconderse del todo. Porque podemos cavar el pozo más profundo y meter la cabeza y las manos y los pies cansados, pero una vez que todo esté enterrado nos daremos cuenta de que el corazón siempre queda afuera, asomando sobreviviente, anulando toda pretensión de apagar el brillos de su mirada. Porque los ojos miran, recorren los paisajes, evalúan las curvas de un cuerpo presente, admiran la cadencia de los pasos que bailan entre las gotas de una lluvia pertinaz. Ellos miran. Miran hacia adelante y hacia atrás, a la derecha y a la izquierda, miran de frente a otros ojos imaginados en la penumbra de la locura y ahí se apagan y se mueren de vergüenza. Entonces es el corazón el que ve, es el único capaz de asumir la responsabilidad de ir al encuentro, es el peón que va en la primera línea dispuesto a entregarse ensangrentado en las manos, a arrodillarse y sucumbir. Porque cuando todo está perdido siempre queda algo, siempre está ese último vestigio de luz, ese último suspiro, esa última mirada al despegar las bocas y girar los pasos en sentidos opuestos y retirarse maldiciendo esta humanidad que nos empuja a separarnos cuando todo nos señala el camino hacia el silencio de una habitación que podría ser nuestra pero que quedará solitaria y abandonada guardando los estúpidos orgullos y plantando recuerdos espinosos. 

      Porque querer algunas veces puede ser todo aunque no haya nada, aunque no se tenga su sexo cálido y su abrazo y un beso a la salida del cine. Porque no se elige extrañar así, como te extraño yo ahora, y soñar que puedo alcanzarte con palabras y de esa manera pasarte la mano por la cabeza enredando los dedos en tu pelo. Porque el amor es este misterio, es magia (negra, oscura), son todas las preguntas y todas las respuestas pero en universos paralelos imposibles de reconciliar. Y entonces yo estoy acá y vos allá, yo tengo tus preguntas y mis respuestas pero nunca logro que coincidan, que me aparten por un rato de esta sensación demencial de quererte desobediente de los astros y las profecías. Porque soy un hombre de carne y hueso incapaz de abandonarte en el pasado. Porque cada mujer que quiero es sólo una excusa para olvidarte. Porque quererte y olvidarte es lo mismo. Porque si no te quisiera no necesitaría olvidarte.
      Porque a veces, a pesar de todo, quedan ganas de querer y tiempo para esperar. Porque siempre van a quedar algunas cartas por escribir antes de recapturar la sensatez y entregarse una vez más a la vida burguesa del trabajo y los horarios y las obligaciones y, quizás, encontrar una buena mujer que acepte la invitación insolente a quererla de noche y a cuidarla de día. Porque la cobardía casi siempre nos impide hundir el bote que mantiene a flote en la cabeza a quienes ya se han arrojado a las aguas eternas del olvido. Porque uno termina creyendo que el destino puede dar un paso en falso y, entonces, uno logre colarse entre sus sábanas una vez más. 

      
     Porque no te has alejado lo suficiente, porque estás del otro lado de esta hoja, acá nomás, a la vuelta de esta coma, desnudando tu sonrisa, yendo y viniendo entre los acordes de una guitarra y los besos que nos acechan en esta tarde gris. Porque estás acá, a la vista de mi corazón que se pavonea en la superficie del pozo más profundo que pude cavar y donde logré enterrar todo menos a vos.

RR


Foto: Marcela Gallardo

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