domingo, 16 de marzo de 2014

MARZO


      Recuerdos, no me importan los recuerdos, ellos son sólo fabricaciones del inconsciente y se irán a su debido tiempo como se han ido tantos. Cada noche me voy a dormir con tus recuerdos y todos estamos en paz. Ellos se meten en mis sueños y yo los cobijo en tu mitad de la cama. No sufro tu recuerdo, creéme. No me angustio por tu ausencia o por verte de vez en cuando cruzar la calle con ese paso tan tuyo, tan seguro y tan frágil a la vez. Tu recuerdo es ese vapor que sube al cielo mientras se evaporan los besos, esas nubes que prometen tormentas y huracanes pero que ya no me afectan, sólo me llueven y me soplan tu nombre. Y sobre llovido, mojado. Porque yo ya estoy empapado de vos, pero tus besos… ellos todavía duelen. Los besos, las marcas en la boca, los labios hinchados aún por los mordisqueos tiernos, por los juegos entre dientes, por esa tinta y ese sello permanente como un tatuaje que no se borra, que arde y quema desde la punta de lengua hasta el alma. Tus besos son los que ya no se acuestan a mi lado, son los fantasmas que me rodean y me persiguen, son los muertos de una batalla que perdí. Tus besos son los que me faltan, no tu recuerdo, no tus promesas de amor, no tus llamadas o tus huidas descontroladas, tus besos, querida, tus besos. Tus labios rojizos y tímidos, la curva de tus dientes alineados y ese otro que saluda orgulloso desde el exilio en tu encía suave; tu lengua traviesa y tierna, tu gusto a menta y a mujer frugal y compleja. Tus besos son mis demonios, tus besos son mis verdugos. Tus besos son los personajes impostores de los libros que leo, de las canciones que escucho, son los de la gente en la calle que se besa con tus besos. Tus besos son los restos mortales de un amor vivido entre espadas y paredes, entre caricias y sexo, entre diciembre y febrero.
      Cuando te ví aquella noche sabía que te iba a querer, sabía que me iba a enredar en tu mundo, sabía que lo arriesgaba todo, que si caía en tu trampa de mujer solitaria, de hembra en celo, de chiquilina arrogante no saldría con vida, lo sabía. Y no caí, salté feliz a tu encuentro, me arrojé como un pobre tonto enamorado en la trampa de tu mirada estratega, conquistadora impiadosa de mis días venideros, de mis noches de cartas escritas con la boca llena de besos huérfanos que han quedado entre las sábanas, entre estas palabras mediocres que se van secando de a poco. Sin tus besos.

RR


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