martes, 11 de marzo de 2014

SABER


      Puede ser que tengas razón, puede ser que no sepa realmente qué me atrajo de vos y que, después de todo, esto sea solo el invento de un loco obsesivo. Puede ser que no tenga bien en claro qué me condujo hasta tus costas a esperarte pacientemente, a mirarte de lejos y tratar de captar tu mirada predadora, tu atención de orquídea salvaje fugitiva de las contemplaciones. No lo sé, y qué importa eso ahora, ¿no? Ahora estoy acá, en este lugar lejano y solitario que he elegido para resguardarme de tu recuerdo, para tratar de tapar el sol con las manos, para dejar que el mar te lleve de a poco, de a ratos, ola a ola, carta a carta. Hoy ya ni sé por qué te quería, el tiempo ha pasado más rápido para algunas cosas que para otras. Supongo que te quería porque eras una buena compañera de cama en esas tardes de domingo que a veces golpean despiadadas, porque en ese poliladron constante vos jugabas mucho mejor que yo, porque eras una maga, una experta en el arte del escapismo. Puede ser que te quisiera porque de a ratos sentía que podía modificar tu día con un beso o con un llamado, con una visita inesperada o con una canción olvidada. Me gusta pensar que te quería porque vos me querías a mí o porque solo quería que me quisieras y, entonces, este trabalenguas era un nudo misterioso que nos ataba al placer de estar un poco juntos, un poco separados, depende de cómo se desatara la tormenta. Creo que podría intentar teorizar algunas probabilidades más, pero no llegaría a nada y, como dije antes, qué importa eso ahora.
      Pero hay algo, chiquita, que sí sé, con la seguridad del hoy aunque con las dudas que seguro vendrán mañana. Sé por qué te quiero ahora, mientras te escribo después de tanto tiempo al amparo de esa locura que (como dice la canción) florece a veces. Sé por qué aún hoy te quiero. Porque cuando te arrimás a mis pensamientos se me dibuja una sonrisa en la cara, inexplicable, invasora, desleal y delatora. Una sonrisa íntima, imperdonable de ser compartida, escondida bajo siete llaves, reprimida durante el día y liberada en la oscuridad de la noche. Y esa sonrisa que no tiene explicación, sin embargo, tiene sus razones. Razones para navegar hasta mí que me son ajenas e incontrolables, autónomas de tus deseos y de los míos. Esa sonrisa tiene tu nombre en su casco que pelea las mareas y tiene tu dirección en los vientos que soplan sus velas. Esa sonrisa es esta misma que tengo ahora mientras te imagino y te escribo convertido en un vigía desatento que trata de llevarme a un naufragio dulce y fatal en tu ojos.

RR


Foto: Marcela Gallardo

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