sábado, 8 de marzo de 2014

EL QUE CALLA


     
Sería un mentiroso si te dijera que no, que nos sos vos la de esta carta. Estaría tratando de engañar a todos, incluso a vos, pero lo peor, estaría tratando de engañarme a mí mismo. Y ese es el peor de los engaños.
      Sería un hipócrita si te dijera que ya no me importa cómo estarás, si quien se acuesta a tu lado te tratará bien, si no pasarás frío en tus vueltas a casa, si no te sentirás a veces sola en esas reuniones tan concurridas que te gusta frecuentar. Pecaría de soberbio si no reconociera que, a pesar de lo mucho que me gustaría encontrarte, preferiría no hacerlo; que temo no soportar esa mirada tuya que me mandaría nuevamente y sin escalas al infierno.
      También debo confesar que el paisaje que me acompaña diariamente cuando camino por la ciudad se ha ido convirtiendo en nada más que baldosas de veredas comunes y corrientes, asfaltos de calles que van y vienen sin llevarme a ninguna parte, cielos con barriletes de colores que sirven para mandar a volar mis pensamientos en blanco y negro.
      La verdad es que me sentiría un idiota si te nombrara ahora mismo mandando todo al diablo, alegando un amor que ni siquiera sé a ciencia cierta que tan amor es. Porque debo reconocer que sería un arrogante si no dudara de este amor, si no creyera que, en realidad, tal vez, sólo me haya enamorado de escribirte, de la comodidad de tenerte ahí, al alcance de la mente y del alma para acariciarte como a una lámpara mágica que instantáneamente me devuelve poemas y cartas que, aunque sean para vos, yo las guardo para mí. ¿Y por qué no? Si me gusta tenerte de musa inspiradora, me gusta frotar tu recuerdo y viajar por estas hojas sobre una alfombra mágica tejida de palabras que sólo yo sé qué dicen verdaderamente y, lo que es aún más importante, qué callan.
       Y aunque me muero de ganas, sé perfectamente que sería un error decir tu nombre ahora mismo, en medio de los delirios de un tipo perdido al que se le han volado los pájaros, sometido a la terrible tentación de ir a buscar a la vista de todos a una mujer ya casi desconocida, en contra de todos los pronósticos y de todos los presagios. Sería un error porque el amor no se hace con cartas. El amor se hace con gestos y señales recíprocas, con piel y sudor mezclados en una cama, con besos de bocas juntas, de labios mordidos; con idas y vueltas y enojos y perdones y palabras dichas al oído en una noche cualquiera, una noche como esta que se avecina silenciosa una vez más.
      Seguramente todo esto no es amor, es sólo una carta larga, casi interminable. Una carta que te busca mientras se escribe, y que se escribe en medio de una búsqueda inútil. Porque esta carta, como las otras, no son escritas para decirte que te quiero sino para seguir callándolo.

 

RR



Foto: Pablo Silicz

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