Esta es la carta de un tipo común y corriente a una mujer como cualquiera. A una mujer que anda por ahí, enredada entre la gente, dejando su huella sobre la tierra que la aguanta y la sostiene. Una mujer que forjó una risa engañosa, un reparo para las soledades, una brújula sonora que guió las miradas de aquellos como yo que buscan inútilmente respuestas para todo. Esta carta encierra en sus palabras lo que falta. No es lo que escribo lo que cuenta sino, más bien, lo que evito escribir, lo que elijo callar, lo que busco distraer. La mirada de esta mujer maneja la redacción abriendo sus ojos como faros mientras repasa el horizonte girando la cabeza, atrayéndome como a un viajante solitario, como a uno de esos que tratan de huir de sus destinos, que reniegan de los crímenes cometidos y buscan un escondite que los apañe y los proteja de la justicia divina. Esta es una carta para una mujer de hierro dulce, doblada por el tiempo y enderezada por el amor propio. Y yo no soy otra cosa que un viajero más que ha pasado por su lado, un pobre cuentero al que le ha tocado llenar la bitácora de un viaje destinado al fracaso, al olvido y al dolor de ser olvidado; de no tener ni siquiera un más allá, una esperanza donde dirigir la mirada. Solo soy un tripulante inútil en medio de una tragedia en la que una mujer se ha adueñado de mi destino y me ha dejado como un paria escribiendo versos miserables y cartas mediocres.
Pero mañana, al caer el sol, todo habrá terminado. Esta es mi última batalla, después de ella la guerra se habrá perdido. Porque, a pesar de saberme derrotado antes de emprenderla, he decidido arrojarme al campo de batalla, a golpear su puerta una vez más, a abrirme como una flor ante el sol en su último día y ponerme a disposición de la bayoneta de su mirada para que se clave en mí y me deje tendido a su lado. Esta es la muerte que he elegido para este amor, no la del olvido y la degradación, sino la del sacrificio y la eutanasia. El amor es un acto heroico, es rebelarse contra todos los pronósticos y todos los pronosticadores, esos falsos agoreros de la desgracia que creen que la muerte se lo lleva todo.
Pues bien, querida, esto también es amor, esta pluma que empuño sin gracia ni talento alguno para decirte por última vez que te quise, que te quiero, pero que ya no hay más tiempo. Ya no puedo descifrar signos y acertijos, ya no puedo leer tu mirada ni adivinar tus movimientos, ya tu olor a celo y a deseo se ha perdido en el recuerdo. Mañana al atardecer estaré enterrando el resto de mis días a tu lado, los enterraré para que se pudran y alimenten los nuevos tiempos que vendrán. Y habré perdido mi batalla y vos habrás perdido la tuya y entre los dos habremos perdido esta guerra en la que esperábamos conquistar el horizonte, desembarcar en playas minadas de dolores a pura inconsciencia, como dos locos de remate que creían que podían quererse así, sin saber bien por qué y sin querer averiguarlo, yendo y viniendo, tirando y aflojando, ganando y perdiendo. Sobre todo, perdiendo.
Ahora es tiempo levantar campamento, de arrojar todas las pruebas al fuego, deshacerse de los mapas y los planos que conducían a una falsa felicidad. Sólo me queda dar una última mirada a lo que fue y clavar este último pedazo de memoria en un árbol cualquiera para que lo recoja el viento y con suerte lo lleve para siempre. Hasta mañana.
RR
Foto: Pablo Silicz
No hay comentarios:
Publicar un comentario