martes, 18 de marzo de 2014

EL AMOR Y LA TINTA


     Me he apartado un rato de su lado para observarla, para mirarla a la distancia y para mirarme a mí mismo como en un espejo. No busco tratar de comprender qué hago a su lado, no me hace falta, sólo intento averiguar por qué cambia el aire cuando no está, por qué se espesan los recuerdos y nuestras simples cotidianeidades se vuelven imprescindibles en mi vida. 

     Desde el momento en que me levanto de la cama, su respiración empieza a perderse entre los murmullos de la calle y ya ahí me doy cuenta de que sin su respiración el silencio es atroz, sin su respiración empiezo a perder la noción de mi día, no sé si amanezco o si me he perdido en un sueño. El desafío continúa; toco su piel de mujer dormida envuelta en sábanas hechas de sueños, apoyo mi mano en su pecho y comienzo a subir por su cuello, el escalofrío me hiela la sangre, tiemblo levemente al verla debajo de las yemas de los dedos, erizando los pelos de mis brazos, arremolinando las sensaciones. Entonces, como envuelto en una bruma espesa, pierdo la noción del tacto y ya no sé si la estoy tocando o si es todo una gran alucinación. Cuando mi mano sube a deshilar su pelo todo mi experimento se ha vuelto impracticable, ya no es posible mantenerme inmune y neutral, ya no concibo la distancia, he perdido la capacidad de moverme en el espacio libremente, ya no es posible tratar de averiguar nada, la atracción es irresistible. Entonces me doy cuenta de todo, de que la quiero irracionalmente, inapelablemente, sin posibilidad de defender ni una sola de las contradicciones que a veces me obligan a huir de su lado. La quiero sin tener una sola prueba posible de ser mostrada a nadie, sin tener nada para acreditar el desamparo que invade mi vida al darme cuenta de que lo que nos junta es tan débil y tan frágil como un corazón que late un día y al siguiente deja de hacerlo. Por un momento pienso en que quizás un día el silencio atroz pueda adueñarse de los amaneceres en mi ventana; imagino que tal vez en una noche de oscuridades podemos separarnos, detener el ritmo que une nuestros latidos como en un infarto de miocardio dejándonos en camas diferentes. Pienso en lo inútil que será tratar de olvidarla si eso pasa, de lo poco y nada que valdrán las palabras y las promesas; los papeles, las firmas y los abogados; lo triste que se sentirá la tristeza cuando trate de someterme y vea que no puede, que estar triste no es nada en medio de ese agujero negro, oscuro, vacío y silencioso en que me habré convertido.
     Pienso en que no podría evitar que se fuera si así lo decidiese, no podría hacer nada más que extrañarla hasta morirme y renacer, no podría ni siquiera saludarla por la calle ni fingir que no me importa haberla querido aunque ya no la quiera, y que haber aceptado su ausencia no significa ser inmune a aquel recuerdo de su piel bajo mis dedos. No podría ni siquiera impedir que me volviese a enamorar, que recobrara el coraje de saltar nuevamente al precipicio infinito de una mujer desnuda para estrellarme contra su vientre y enterrar su recuerdo fantasmal.
       Si decidiese irse, no podría hacer nada más que escribirle inocentemente que la distancia y el tiempo son factores de una ecuación ajena al amor. Y le escribiría hasta que ya fuese imposible ocultar que incluso el más grande de los amores muere en los brazos del olvido. Porque el amor, al igual que la tinta, en algún momento se termina.

RR


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