DE MAPAS Y CASUALIDADES
Y tal vez vos te preguntes por qué ese libro tenía que quedar abierto justo en esa página, justo en esa y no en otra, no en la 422, no en la 153. Por qué un colectivo debía ser ese colectivo y no otro, a una hora determinada por una calle que es esa calle y no otra. Y entre todas esas aparentes profecías, un comentario salido de la nada que no viene al caso pero que la nombra. Todo eso sumado a los amigos en común y los lugares comunes.
Cada acontecimiento parece ser el augurio indiscutible de un futuro predeterminado por sucesos coincidentes que la mente interpretará, mediante cálculos indescifrables, como señales. Entonces, ver caer una hoja de un árbol adquiere un significado que se ubica dentro de una cadena de sucesos que te inclina a pensar que, indudablemente, el destino te habla, te envía coordenadas para guiarte hasta ella; te muestra jardines y senderos que se bifurcan y te hace creer que lo que hay entre vos y ella es inevitable, una cuestión de tiempo, y que es algo fuera del control de ambos lo que, por el momento, les impide encontrarse.
Pero no, amigo lector, no es que tengan un problema de comunicación, o que ella nunca haya recibido sus coordenadas con las instrucciones para llegar hasta vos, esas que decían expresamente: hoja 332, colectivo 523, Avellaneda e Independencia a las dieciséis horas. No es que de ese mapa dividido en dos mitades iguales sólo haya llegado una a destino, la tuya. No, no es eso.
Lo que sucede es mucho más simple y, quizás por eso, mucho más trágico. Pues lo que ocurre es la mismísima vida presentándose ante tus ojos que descreen de los nuevos amaneceres. Es su eterna socia, la muerte, clavándote en el corazón la más dolorosa de las estacas para que entiendas que ese mapa a medias que creés poseer sólo puede guiarte hasta veredas solitarias sobre las calles del dolor sin remedio; a las páginas más oscuras de un libro que deberás leer sí o sí en medio de una angustia desesperante; a esos comentarios de amigos que sonarán como puñaladas en el alma cada vez la nombren.
Tal vez por eso ya sea tiempo de que te des cuenta de que para querer hacen falta dos, por más claras que sean las señales que recibamos, por más explícitas que se nos muestren las casualidades, por más que pasen ciertos colectivos y determinados libros pretendan ilusionarnos con historias de encuentros fantásticos, de probables vueltas cargadas de arrepentimientos forjados a la sombra de un olvido imposible; por más que a mitad de la noche, y en medio del vapor del alcohol que inunda tus sentidos, una canción la traiga como un fantasma a tus brazos. Eso está muy bien para escribir poemas o canciones que intenten remediar soledades irremediables. Sin embargo, el amor necesita de dos. Y si ella no llega nunca no es porque no haya recibido a tiempo su parte del mapa, o porque las coordenadas estén mal ubicadas y eso no le permita encontrarte. Lamento decirte que nada de eso es así. No, si ella no está ahora a tu lado, querido amigo, es únicamente porque ya no te busca.
Estimado lector: el amor no tiene mapas que nos guíen por el camino correcto, ni direcciones escritas en páginas oculta de libros secretos; no existe una brújula capaz de conducirnos a un cálido norte amoroso si la flecha indica incesantemente un sur frío e irrefutable.
El amor es pura casualidad, una casualidad de a dos. Y si no, no es nada.
RR
Y tal vez vos te preguntes por qué ese libro tenía que quedar abierto justo en esa página, justo en esa y no en otra, no en la 422, no en la 153. Por qué un colectivo debía ser ese colectivo y no otro, a una hora determinada por una calle que es esa calle y no otra. Y entre todas esas aparentes profecías, un comentario salido de la nada que no viene al caso pero que la nombra. Todo eso sumado a los amigos en común y los lugares comunes.
Cada acontecimiento parece ser el augurio indiscutible de un futuro predeterminado por sucesos coincidentes que la mente interpretará, mediante cálculos indescifrables, como señales. Entonces, ver caer una hoja de un árbol adquiere un significado que se ubica dentro de una cadena de sucesos que te inclina a pensar que, indudablemente, el destino te habla, te envía coordenadas para guiarte hasta ella; te muestra jardines y senderos que se bifurcan y te hace creer que lo que hay entre vos y ella es inevitable, una cuestión de tiempo, y que es algo fuera del control de ambos lo que, por el momento, les impide encontrarse.
Pero no, amigo lector, no es que tengan un problema de comunicación, o que ella nunca haya recibido sus coordenadas con las instrucciones para llegar hasta vos, esas que decían expresamente: hoja 332, colectivo 523, Avellaneda e Independencia a las dieciséis horas. No es que de ese mapa dividido en dos mitades iguales sólo haya llegado una a destino, la tuya. No, no es eso.
Lo que sucede es mucho más simple y, quizás por eso, mucho más trágico. Pues lo que ocurre es la mismísima vida presentándose ante tus ojos que descreen de los nuevos amaneceres. Es su eterna socia, la muerte, clavándote en el corazón la más dolorosa de las estacas para que entiendas que ese mapa a medias que creés poseer sólo puede guiarte hasta veredas solitarias sobre las calles del dolor sin remedio; a las páginas más oscuras de un libro que deberás leer sí o sí en medio de una angustia desesperante; a esos comentarios de amigos que sonarán como puñaladas en el alma cada vez la nombren.
Tal vez por eso ya sea tiempo de que te des cuenta de que para querer hacen falta dos, por más claras que sean las señales que recibamos, por más explícitas que se nos muestren las casualidades, por más que pasen ciertos colectivos y determinados libros pretendan ilusionarnos con historias de encuentros fantásticos, de probables vueltas cargadas de arrepentimientos forjados a la sombra de un olvido imposible; por más que a mitad de la noche, y en medio del vapor del alcohol que inunda tus sentidos, una canción la traiga como un fantasma a tus brazos. Eso está muy bien para escribir poemas o canciones que intenten remediar soledades irremediables. Sin embargo, el amor necesita de dos. Y si ella no llega nunca no es porque no haya recibido a tiempo su parte del mapa, o porque las coordenadas estén mal ubicadas y eso no le permita encontrarte. Lamento decirte que nada de eso es así. No, si ella no está ahora a tu lado, querido amigo, es únicamente porque ya no te busca.
Estimado lector: el amor no tiene mapas que nos guíen por el camino correcto, ni direcciones escritas en páginas oculta de libros secretos; no existe una brújula capaz de conducirnos a un cálido norte amoroso si la flecha indica incesantemente un sur frío e irrefutable.
El amor es pura casualidad, una casualidad de a dos. Y si no, no es nada.
RR
Foto: Guillermina Raggio
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