lunes, 27 de enero de 2014

EN LOS JARDINES DE UN LUGAR

      Y se pasa, viste, como se pasa todo. Al principio creés que no se va a pasar nunca, que el ardor te va a consumir, que la garganta se va a seguir secando hasta estrangularte y que el nudo en el estómago te va a destruir. Pero se pasa, no sé cómo ni cuándo ni dónde, solo sé que se pasa. Un día dejás de ver esa cara en todos lados y ya no temblás al pasar por una esquina. Un día te sentás y ves una hoja y una lapicera y escribís, cualquier cosa, lo que se te ocurra primero, y entonces ya no es ese nombre, ya no son corazones ni versos trágicos, son solo palabras, algún recuerdo mitad verdad y mitad fantasía. Después, con el tiempo, ya no te sobresaltás cuando suena el teléfono, ni ves en las cuentas que dejan en la puerta posibles mensajes diciendo con esa letra de mujer, “me di cuenta de que te quiero“. Los días de sol se convierten en solo eso, en días de sol, para caminar, para mirar el mar o para pensar en cualquier cosa. Y cuando vienen esas tardes de lluvia tan siestas y tan cucharitas ponés a Spinetta y entonces las gotas que caen afuera son una plegaria y vos solo un niño dormido. Y así se va pasando, de a poco se va aprendiendo a vivir, roto de dolor, mirando el reloj esperando que en algún momento se detenga y aparezca un ángel o un demonio que te lleve para terminar con el suplicio de la casa vacía, del olor que dejó su ropa en los cajones, de no encontrarle respuesta a las miles de preguntas que no importan porque ninguna respuesta la va a traer de vuelta.
      Así dejé de pensar en vos, así me morí y así resucité. Y cada vez que resucité fue esto que quizás estés leyendo ahora en tu ventana, una carta, que tiene tu nombre y tu dirección y tu olor de mujer que se extraña en la sangre. Una carta que no tiene solo palabras escritas en medio de la locura y la desesperación de la noche que te anhela, una carta que tiene voz propia porque en ella va mi vida, van los besos que quedaron atrapados en mí sin posibilidad de crecer en nadie más. Y hoy solo soy este jardín de invierno que guarda los frutos de lo que vos sembraste y que solo respira a través de cartas que salen hacia vos buscando traerme aire y agua para no morirme. Porque no me quiero morir así, solo en esta huerta, hablándole a la tierra de mi devoción por tus pechos y tu cuello, por tus piernas que guardaban mi sexo con amor, por tu corazón duro pero florecido en mis brazos, por este engaño de quererte sin remedio, sin razones, sin nada, solo con el alma desvastada y la carne que se me pudre en el cuerpo para alimentar tu tierra, tu savia milagrosa, tu recuerdo que me persigue implacable y que me escupe en la cara la verdad: todo pasa… menos vos.

RR


Foto: Guillermina Raggio

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