¿Por qué tendría que temerle a la muerte? ¿Qué me ha hecho ella? Ella sólo me espera paciente, sabedora de que nos encontraremos tarde o temprano, de que en su casa nos reuniremos todos, buenos y malos, pobres y ricos, felices y desgraciados.
En todo caso, a quien debería temerle era a la vida. Porque la vida la ha quitado de mi lado, porque la vida la ha arrancado de mis brazos y la ha dejado en otros, y con eso se había ganado mi encono y mi desprecio. Y mi estómago se ha ido vaciando mientras se llenaba de ruidos. Y mi alma también se ha vaciado pero, en cambio, se ha llenado de silencio, de ese silencio que duele y aturde, como esta casa vacía sin nada más que su ausencia que me acosa como un fantasma.
Sí, es a la vida a la que le temo. A lo que ha hecho de mí. Porque la vida me ha privado hasta de extrañarla entre canciones y melodías amorosas sólo para sumergirme en este mar infinito y tormentoso de palabras que decoran esta soledad. Le temo a la vida por impiadosa, por no darme el golpe final de una vez por todas y dejarme en la puerta de la muerte con quien me sentiría más a gusto sabiendo que aunque sea ahí podría volver a verla. Le temo a la vida que sin remordimientos me arrancó el corazón para tirarselo al olvido, y me dejó sangrando en este limbo en el que jamás podré encontrarla, porque aunque pase por mi lado ella ya no está para mí. Si tan sólo la muerte la hubiese llevado no habría dudado ni un segundo en correr hasta el piso más alto para saltar feliz a reunirme con ella.
Pero no, no ha sido la muerte. La muerte no es lo que dicen, ella es sabia y nos aguarda a todos por igual. Ha sido la vida, amor mío, ha sido la vida la que me ha sentenciado a vivir a tu lado sin tenerte. Ha sido la vida la que me ha condenado a vivir muerto.
RR
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