HUNDIDO
No, no me cuesta escribirte. Puedo imaginar tus ojos y en un segundo encontrar un millón de combinaciones de verbos, sustantivos y adjetivos que te describan en este papel, en esta tarde lluviosa de septiembre. Puedo arrimarme a vos despacio con alguna palabra, como sin querer, aflojando la mano al escribir para disfrutar cada trazo, cada punto, cada coma. Te miro de lejos, te llamo y te veo venir, compitiendo con el sol para ver quién irradia más luz. Y cuando ya estás cerca me contagio de tu sonrisa, me acerco y arrimo mi boca a la tuya, y primero tu aliento y después tus labios y luego tu saliva y al fin la vida y la muerte. Y entonces tu pecho apretado y tu espalda que captura mis manos. Y entonces los ojos cerrados y la intimidad de un encuentro premeditado por algún misterio universal, un único e irrepetible momento en el tiempo que se va entre el ir y venir del viento que arremolina las hojas en nuestros pies enfrentados y juntos. Acariciar tu nariz arrugada con la mía, abrir los ojos y mirar mi reflejo en los tuyos. Sentir la sangre recorrer el cuerpo como una tormenta en medio del océano y hundirnos con este barco. No quiero faros ni islas desiertas que me salven, no quiero botes salvavidas ni misiones de rescate. Quiero hundirme voluntariamente en la profundidad de tu alma y permanecer ahí, sin ningún plan, sin ninguna posibilidad de ser rescatado. Solo naufragar en vos.
RR
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