sábado, 25 de enero de 2014

PUNTOS SUSPENSIVOS

      Ahí estaba ella aquel día, parada en la reja a media tarde, empapada de una angustia que no le conocía, tirándome encima el pasado como un balde de agua fría que me heló la sangre. Y como si fuese la mismísima muerte, todas las imágenes de aquel pasado se proyectaron en un segundo en mi mente. Imágenes y recuerdos casi olvidados a fuerza de dolor y noches en vela, cortados de mi memoria a contrapelo dejando el alma irritada y los ojos rojos por el llanto. Antes de que ella pudiese pronunciar una sola palabra yo ya había tomado una decisión y tenía claro que ya había transitado ese camino empantanado plagado de recuerdos que duelen hasta lo inimaginable y no volvería a transitarlo por abrir una puerta que ya estaba cerrada para siempre y cuya llave colgaba en alguna pared en ese submundo infernal donde habitan los amores ausentes. No pensaba ni por un segundo volver a acercarme ahí.
      Ella movió su cabeza y entendió lo que sucedía, entendió que todo se termina alguna vez, que a la vida le sigue la muerte y que al amor le sigue el olvido. La vi secarse las lágrimas e irse hacia esa esquina hacia donde tantas veces habíamos caminado juntos.
     Pero así como todo termina alguna vez, también ustedes saben que existen los fantasmas, los recuerdos, los puntos suspensivos que nadie puede explicar. Tal vez por eso mi orgullo perdió aquella batalla. Tal vez por eso me encontré de repente revolviendo recuerdos y tropezando con fantasmas en ese infierno doloroso solo para ver si la llave de esa puerta estaba aún ahí. Y sí, ahí estaba, colgando de la misma pared, cubierta con el polvo del olvido pero con su brillo intacto, el mismo de sus mejores días. Y entonces, con la llave en la mano, con el corazón latiendo de esa manera que laten los corazones a veces y con la necesidad de saber si ese brillo todavía podía conocer mejores días salí a su encuentro. Me paré frente a ella y dejé en sus manos aquello que siempre le había pertenecido, en el cielo y en el infierno, en la fiebre del amor y en el desgarro del olvido. No buscaba nada, ni disculpas, ni perdones, ni volver el tiempo atrás. Solo se trataba de poner las cosas una vez más en su lugar, de arrimar nuestras soledades, de espantar definitivamente los fantasmas y volver a la vida de carne y hueso, de buenas y malas, de días y noches… Con ella… Para dejar de extrañarla.

RR


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