sábado, 25 de enero de 2014

RAZONES (que la razón desconoce)

     Quererla era fácil. Quererla implicaba el despojo más completo y absoluto, significaba la desnudez del alma, una total exposición a la posibilidad del dolor más tremendo y desvastador. Quererla era entregarse rendido y sin armas, era la vida, la muerte y todas las demás especulaciones posibles. Quererla era perder el control, dejarse llevar, someterse sin excusas y sin posibles recompensas. Quererla, lo que se dice quererla, era un sacrificio divino, una revelación que arrasaba con cualquier teoría física, química o matemática. Quererla era arte y libertad, sueños y fantasías, era un salto a la luna solo para escribir su nombre. Quererla era soltar al cielo globos de colores solo para llamar su atención. Quererla era su destino inevitable, la aceptación de pertenencia a un mundo que, de otra manera, le era extraño. Quererla era tan natural para él como sentir frío o calor, hambre, miedo, alegría o desconsuelo. 
     Quererla era más fuerte que él mismo. Por eso nunca dejó de quererla. Por eso.
 
RR

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