SIN SABER CÓMO
Entre
ella y yo había un abismo. La noche y sus costumbres nos habían llevado
a la cama sin saber bien cómo, sin preguntar demasiado. De noche no se
pregunta, sólo se hace lo que el cuerpo manda y mi cuerpo se fue con
ella detrás de su olor a gata mimosa, a sudor y deseo. Pero al despertar
todo eso se había extinguido, todo se había consumido y sólo quedaban
los restos de besos apurados y fantasías
sin cumplir. Aceptamos de buen grado nuestros saludos y cada uno volvió
a la inmediatez de la vida sin grandes esperanzas, sólo para pasar esas
mismas horas que pasan día a día, entre soledades y esperas.
Pero yo ya no quiero esperar más, ya esperé suficiente y esas horas y esos días tienen gusto a figurita repetida, a hotel barato con cuadros de noches baratas como cada una de las que suceden lejos de ella. Porque los ojos se me fueron poblando de su mirada, de su sonrisa y de sus gestos. Y yo quiero algo más que los restos de esas noches, algo más que un pantallazo de su vida, yo la quiero a ella, de pies a cabeza, de cuerpo y alma, de noche y de día. Yo la quiero pero no sé cómo saltar ese cerco que nos separa, quiero patear la puerta de su vida y tomarla de la mano para quedarme a su lado, para no tener que decirle adiós nunca más, para que cuando pasen esas horas mías que no la tienen pueda pensarla y tenerla igual, para que su gusto permanezca en mi boca, caramelo de menta desnudo entre los dientes saltando de lado a lado.
Pero no sé cómo se hace. ¿Cómo le digo a su mirada que no se vaya esta noche, que no se apague al amanecer y me deje solo y a oscuras? ¿Cómo hago para que se adueñe de un lado de mi cama? ¿Cómo le explico que cada vez que se va siento que la pierdo y eso duele, adentro, en las entrañas, en ese lugar adonde se ha metido sin quererlo, sin buscarlo, sin saberlo siquiera? ¿Cómo sigo adelante si ya no hay nada sin su nombre, si todo lo que piso es una línea que me conduce a ella, a su jardín y a su terraza, a su puerta y a su vida? ¿Quién podrá ponerle un freno a estas palabras que revolotearon como langostas por años y que ahora son un grupo de mariposas indóciles y enamoradas de su nombre?
Y yo que nunca fui un hombre de letras sino más bien un defensor del destino, un determinista empedernido, me veo ahora en la situación de tener que escribirle sin saber cómo hacerlo, de tener que torcerle el brazo a los horóscopos y a las profecías. Y entonces me siento y le escribo, así, desordenado y torpe, repetitivo y sin estilo, buscando las palabras que no se aprenden en ningún manual, que no se encuentran sino en el otro. Pero ella no está y entonces escribo siempre las mismas cosas, siempre el sol y la luna, siempre el viento y la playa y toda esa catarata cursi que no sirve para nada, que me enoja y me desconsuela porque yo sólo quiero decirle te quiero, perdoname, soy un pobre tipo enamorado y vos te repetís en mi cabeza constantemente, venís como las olas con la marea de los días que te traen y te traen. Y te repetís en el cuerpo cada noche cuando la necesidad de abrazarte se convierte en una sed verdadera, una falta, un vacío por donde caen mis brazos que no tienen a qué asirse. Te repetís porque en todo estás vos, en lo que quiero y en lo que no, en lo que tengo y en lo que me falta, en ese olor de los tilos en verano que siguen aromando tu recuerdo de mirada furtiva que me arrancaba del mundo y de esas malditas convenciones sociales y me dejaba desnudo frente a la vida queriéndote avergonzado, plantado en la tierra mirándote como un bobo, sin saber que lo que me poseía era la más poderosa de las fuerzas.
Y no puedo dejar de repetirme en mis canciones y en mis cartas, en mis alegrías y en mis tristezas, con las pocas palabras que me salen entre fotos imaginarias, como ella en la plaza o en mi cama, como ella lejos y ausente, como ella que la extraño hasta el cielo. Como ella y todas las razones que me he dado a mi mismo para que ya no sea ella.
Pero yo ya no quiero esperar más, ya esperé suficiente y esas horas y esos días tienen gusto a figurita repetida, a hotel barato con cuadros de noches baratas como cada una de las que suceden lejos de ella. Porque los ojos se me fueron poblando de su mirada, de su sonrisa y de sus gestos. Y yo quiero algo más que los restos de esas noches, algo más que un pantallazo de su vida, yo la quiero a ella, de pies a cabeza, de cuerpo y alma, de noche y de día. Yo la quiero pero no sé cómo saltar ese cerco que nos separa, quiero patear la puerta de su vida y tomarla de la mano para quedarme a su lado, para no tener que decirle adiós nunca más, para que cuando pasen esas horas mías que no la tienen pueda pensarla y tenerla igual, para que su gusto permanezca en mi boca, caramelo de menta desnudo entre los dientes saltando de lado a lado.
Pero no sé cómo se hace. ¿Cómo le digo a su mirada que no se vaya esta noche, que no se apague al amanecer y me deje solo y a oscuras? ¿Cómo hago para que se adueñe de un lado de mi cama? ¿Cómo le explico que cada vez que se va siento que la pierdo y eso duele, adentro, en las entrañas, en ese lugar adonde se ha metido sin quererlo, sin buscarlo, sin saberlo siquiera? ¿Cómo sigo adelante si ya no hay nada sin su nombre, si todo lo que piso es una línea que me conduce a ella, a su jardín y a su terraza, a su puerta y a su vida? ¿Quién podrá ponerle un freno a estas palabras que revolotearon como langostas por años y que ahora son un grupo de mariposas indóciles y enamoradas de su nombre?
Y yo que nunca fui un hombre de letras sino más bien un defensor del destino, un determinista empedernido, me veo ahora en la situación de tener que escribirle sin saber cómo hacerlo, de tener que torcerle el brazo a los horóscopos y a las profecías. Y entonces me siento y le escribo, así, desordenado y torpe, repetitivo y sin estilo, buscando las palabras que no se aprenden en ningún manual, que no se encuentran sino en el otro. Pero ella no está y entonces escribo siempre las mismas cosas, siempre el sol y la luna, siempre el viento y la playa y toda esa catarata cursi que no sirve para nada, que me enoja y me desconsuela porque yo sólo quiero decirle te quiero, perdoname, soy un pobre tipo enamorado y vos te repetís en mi cabeza constantemente, venís como las olas con la marea de los días que te traen y te traen. Y te repetís en el cuerpo cada noche cuando la necesidad de abrazarte se convierte en una sed verdadera, una falta, un vacío por donde caen mis brazos que no tienen a qué asirse. Te repetís porque en todo estás vos, en lo que quiero y en lo que no, en lo que tengo y en lo que me falta, en ese olor de los tilos en verano que siguen aromando tu recuerdo de mirada furtiva que me arrancaba del mundo y de esas malditas convenciones sociales y me dejaba desnudo frente a la vida queriéndote avergonzado, plantado en la tierra mirándote como un bobo, sin saber que lo que me poseía era la más poderosa de las fuerzas.
Y no puedo dejar de repetirme en mis canciones y en mis cartas, en mis alegrías y en mis tristezas, con las pocas palabras que me salen entre fotos imaginarias, como ella en la plaza o en mi cama, como ella lejos y ausente, como ella que la extraño hasta el cielo. Como ella y todas las razones que me he dado a mi mismo para que ya no sea ella.
RR
Foto: Flor del Irupé
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