lunes, 27 de enero de 2014

DE VEREDAS Y CALLES

      Cuando me quise acordar era demasiado tarde. Cuando me di cuenta esa vereda ya no era una vereda cualquiera, era su vereda y esa puerta delante mío era la de su casa. La ciudad es así, te lleva y te trae y te regala aquellos paisajes que vienen con el amor. Y ella se transformó en un amor tan frágil como el silencio, ese silencio que puede ser destrozado con cualquier palabra de más. Y sus ojos dejaron de ser ojos, y se convirtieron en mirada, en un faro que como buen náufrago que soy me dediqué a seguir. 

     Entonces, ella en la puerta y tener que decirle algo sin tener nada que decir, sólo hola, caminemos, me parece que te estoy queriendo, nada más. Después la noche y remontarla como un barrilete hasta mí cama para encajar como piezas construidas y destinadas a unirse. Y enseguida beber de su boca que sólo los que quieren pueden entender a qué sabe. Y sabe a cielo estrellado, a noche agitada de abrazos, sabe a esto que corre detrás suyo buscando su compás, su ritmo, su paso.
      La ciudad tiene calles que van y vienen y tiene amores que vienen y se van entre atardeceres y siluetas de edificios. Y no queda más que caminar para ver si nuestra calle se une en algún punto con otra, y si hay una vereda será nuestra o sólo una más.

RR


Foto: Guillermina Raggio

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